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jueves, 24 de noviembre de 2011

El grillo fantasma.

Sin tiempos, en algún lugar del mundo...

El horizonte se pierde en el desierto que contemplo, a demasiados grados de temperatura para ser real. La luz del sol me ataca ferozmente y mis párpados defensores se cierran dejando el paso justo para no quedar en la oscuridad. Pienso que estoy en medio de una jugada mental, una alucinación cuando entre destellos veo a un joven de elegancia impostada que camina entre la arena, ladeando sus caderas señoriales en pleno desierto, con traje y corbata. Caderas que llaman la atención al recordar la silueta de una señora más que la de un caballero.Vestido de traje aparenta la elegancia de un vendedor de enciclopedias, casa por casa. Lo observo con curiosa desconfianza. En nuestro desierto no hay más personas, sólo terreno estéril y es entonces cuando de espaldas a mi rompe a gritar palabras que no logro entender. Grita a la nada, a la inmensidad del desierto, grita como un loco. Afino un poco el oído, intento escucharlo sin que me vea y me acerco sigilosamente, él reclama a gritos el trono de algún reino perdido, o al menos eso me parece escuchar. Este hombre es atemporal, desubicado y desterrado probablemente. Grita como un niño enrabietado y con tonos imperativos exige se le devuelvan los títulos de nobleza no de uno, sino de dos reinos. Ahora estoy confusa, no sé exactamente lo que desea recuperar.

Lo sigo despacio, de lejos para que no note mi presencia y días después de tormentas arenosas y refugios improvisados entramos en un sendero que va poblándose de verdes y marrones otoñales alentadores, no moriremos en el desierto. Escucho grillos y bichos varios en la noche, no los veo pero sé que están ahí, con sus cantares y tareas de insectos metódicos. Luego de cuatro horas de camino llegamos a una ciudad elevada en el monte cuya muralla de piedra sólida custodia  la ciudadela perdida. El hombre se detiene ante la impenetrable puerta de madera, sólida y elevada. En la ciudadela los pobaldores parecen dormir, sólo escucho los gritos del hombre y el ruidillo de los insectos. Sus palabras destilan desesperación, reflejan el cobarde que es realmente, aunque bravucón, persiste en sus reclamos. Se acerca por el sendero un forastero de mediana estatura, al observarlo me sonríe levemente y se me acerca con tranquilidad. Yo, que no lo percibo peligroso me dispongo a oirlo con atención. Se me acerca en la poca claridad que la luna nos puede regalar y me susurra al oído dulcemente:

-De palabra envenenada y de egoísmo ilimitado exige que le abran las puertas, el loco le llamamos, el que nunca tuvo nada que ofrecer y en sus delirios cree ser un príncipe desterrado, vuelve con el mismo cantar incesante cada mes y medio. Cuentan los ancianos que fue juzgado por destruir ilusiones, por mentir impíamente y terminar con la vida de dos mujeres y tres niños...desde entonces sólo nos libramos de su presencia cuando le encaramos el pasado. Su pasado de niño sin padre.-

Asalta mi mente entonces el guión de la película "El espinazo del diablo" y me tomo la licencia de gritarle:
-" Qué soledad, la del príncipe sin reino, la del hombre sin calor. "- y pienso que en su caso la soledad es una elección, la consecuencia de un cúmulo de daños gratuitos. -No hay nada que reclamar.-
El hombre de traje ensombrece hasta casi desaparecer frente a la puerta, diminuto y gris, convertido en grillo...ruidoso pero insignificante a los ojos de los hombres, vencido acaso por la verdad.

"¿Qué es un fantasma?
Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor quizás, algo muerto que parece por momentos vivo aún, un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar. Un fantasma, eso soy yo."

Extracto de :"El espinazo del diablo" dirigida por Guillermo del Toro y producida por El Deseo.


Esta entrada, directa, intrusiva y endiablada es para ti, por ese ruido molesto del grillo fantasma que no merece puertas abiertas. Por la complicidad que mantiene los corazones intactos.
Porque en el corazón no hay grillo que valga.

lunes, 7 de noviembre de 2011

RECICLAJE ATEMPORAL

Llego al trabajo, sin ganas, tarde y en taxi para no quebrar las costumbres que se han acentuado en mi con los años. Mi rutina desganada, mi depresión de noviembre o lo que quiera que sea no se ha roto esta tarde. La rutina disfrazada de rebeldía me confunde y me deja sentir que respiro con más "libertad" en este movimiento atropellado y vertiginoso que es la vida, la vida llena de obligaciones, horarios y sistemas que yo trato de saltar por adrenalina de tontorrona, más claramente: por joder.

Pienso en las ventajas imponentes del transporte público, factores ecológicos, de seguridad y económicos pero no me gusta la gente, ergo no me gusta el transporte público. No me gusta esperar, por eso llego tarde y por eso tampoco me gusta el trasporte público. No me gusta conducir desde hace algunos años porque presiento que aquella concentración necesaria me será útil en momentos más importantes, porque prefiero ir leyendo o escuchando alguna canción repetidamente y eso sólo lo puedo hacer en un taxi, donde si un indeseable taxista es muy conversador yo puedo dejar claro que mi intención es llegar a mi destino en silenciosa soledad.
Reconozco que la debilidad que me atrae a tomar taxis para movilizarme es la misma que me atrae a la anestesia de la confusión, esa que hace que sea menos infeliz al dejarme seducir por su tramposa comodidad, prefiero pensar (aunque claramente confusa), que así soy más libre.
No me gusta la gente y por eso mis amigos entienden que no los considero gente cualquiera sino gente excepcional, que los llame poco o nunca, que los visite aún menos y que no recuerde sus cumpleaños. Entienden que son únicos y yo sé por todo esto que son seres inteligentes. Por supuesto jamás pretendería tener amigos que necesiten tanta atención o cuidados constantemente. Para eso están las plantas, las mascotas y los hijos que no tengo por la mismas razones. Para eso está la adolescencia.
Mis amigos, o los pocos que yo considero amigos entienden que puedo no llamarlos, visitarlos o acordarme de sus cumpleaños, sin embargo saben más de mi que mi propia almohada, entienden las condiciones de mi presencia en sus vidas, mi constante mal humor, y tienen la lucidez de presentir que necesito que sonrían por mi la mayor parte del tiempo. Ellos saben que los quiero como cómplices de diferentes remolinos, saben que ese es el tipo de relación que más valoro. Por la lealtad incondicional y oportuna saben lo que son para mi, y realmente saben que los quiero, pero no como la mayoría de la gente espera. Por eso mis amigos son pocos y raros, pero ellos lo saben.
Son pocos y raros, por lo cual me sorprendo al ver que siendo tan pocos se encuentren en latitudes que abarcan ahora mismo tres continentes. Son pocos porque a lo largo de la línea de tiempo que recorro los voy dejando, me guardo los de oro blanco. Porque pienso que como todo en la vida es poco lo que vale la pena de verdad, lo demás suele ser trivial, aunque sea disfrutable también. Son raros de por sí, por ser amigos míos y en esas condiciones, y aún así no generan ningún sufrimiento, sólo libertad relajada de compartir lo que cada uno quiera, que suele ser mucho y valioso.
Llego al trabajo con la intención de no trabajar si es posible y depurar una de mis cuentas de correo electrónico. Con la esperanza de borrarlos definitivamente encuentro unos emails antiguos, pasados de moda y fuera de tiempo. Son de un hombre de cincuenta y varios años, un hombre que conocí en un trabajo al que no volvería. Tuvimos una relación profesional que rompió el día que me pidió respetuosamente una dirección de correo electrónico para enviarme unos informes, me los envió e inmediatamente después me envió unas fotos que eran por lo menos inquietantes, ya que eran mías. Inicialmente fueron unas triviales fotos de grupo en el trabajo que él luego manipuló con herramientas informáticas simples recortándome, ampliándome y elogiándome con respeto pero más fuera de lugar que ningún email que haya recibido en mi vida. No me gusta la gente, menos aún los viejos verdes. Nunca le respondí. Tampoco entendí sus extraños sentimientos nacidos de imágenes fortuitas y encuentros superficiales y escasos. No le volví a hablar en las pocas ocasiones que lo encontré por los pasillos. La gente fuera del lugar también está fuera de mi campo visual o así lo prefiero. No me gusta la gente, pero las trincheras retorcidas de sus mentes me interesan, más aún cuando no entiendo algo.
Cuando viajo o alguien viaja me emocionan desproporcionadamente los souvenirs. No entiendo los emails de este hombre repelente pero sé lo que son para mi: un souvenir de una mente febril y desatinada.
Aún no borro los emails.

martes, 11 de octubre de 2011

MI CITA VERDE.

Miraflores, Lima-Perú. Una tarde otoñal.

Es otoño y el cielo de Lima se ensaña en ser más gris de lo habitual. La cercanía del mar se anuncia en mi nariz prominente y, sin dejar de disfrutarlo, respiro la excesiva humedad costera. La niebla reposa con una danza leve sobre la acera ocultando los árboles y arbustos añosos, sabios de presenciar historias.
Camino hacia el parque de los encuentros, entre cafeterías, restaurantes, librerías, salas de casino despiadadas, heladerías y comercios varios en las calles miraflorinas, el parque Kennedy es un punto de referencia común para acordar una salida, una cita, una reunión. Veo un  cuadro que se repite diariamente: personas con cuellos flexibles y alargados de buscar entre el barullo una cara conocida, los últimos años también buscan caras desconocidas con quienes acuerdan primeras citas express y on line.
Como los peruanos no perdemos la costumbre de llegar un rato después de lo acordado me gusta pensar perversamente que nadie sabe en realidad a qué hora se encontrará con su cita y luego el cuadro termina siendo un baile heterogéneo de cuellos contorsionistas, miradas mal disimuladas, caras que se observan, se olisquean y examinan para ver si eres tú, la persona esperada.

Veo desde lejos en el centro del parque a un conocido hombre que pasa los sesenta años, de cabello verde encendido y gafas prominentes. Congrega a la gente llamando la atención a voz en cuello, vende libros que dice haber escrito y yo, que tiendo a creer poco de lo que se dice, observo de reojo sus pelos verdes intensos y sigo andando. Recuerdo vagamente su historia, en otra década fue titular de prensa y escándalo popular. El hombre de pelo verde en el pasado fue un psicólogo reconocido que estuvo en la cárcel por asesinar a uno de sus pacientes. Las razones según alegó él mismo: terminar con el mal de su paciente ya que no soportaba la confesión y detallada descripción en consulta de los crímenes que el paciente psicópata cometió y confesó en las sesiones con su psicólogo (probablemente psicópata también) y que se convertiría poco después en su verdugo confeso. -Sino puedo salvar la mente me quedaré con el cuerpo-pensó el hombre de pelo verde. Lo veo y no puedo dejar de hacerlo porque veo en él al intelectual, al psicólogo, al asesino y finalmente sólo veo al loco que quedó vendiendo libros.

Llego al parque Kennedy. Rodeo parcialmente un círculo imaginario donde el hombre de pelo verde es el centro, lo miro por su historia, por sus extravagantes movimientos y actitudes pero sobretodo lo miro por ser tan verde.

Siento un viento frío y rasposo en las manos y el rostro, quiero un café pero sé que si tomo dos durante esta tarde el insomnio se apoderará de mi cuerpo durante la noche, así que decido esperarte para el café, un café aromático y sensual, contigo. La terrazas otoñales seducen en la acera, avanzo entre mesas divididas por los colores de sus manteles según el establecimiento al que pertenecen, entre amarillos, azules y tonos cremas veo turistas de idiomas reconocibles pagar precios descabellados por un par de tostadas, parejas en las bancas frías de cemento cuyas piernas pertenecen a un solo cuerpo mientras se besan entregados a una falsa intimidad, perros fieles jugando liberados de ataduras, libros pirateados con maestría, un compañero de trabajo de mi padre con una señora que sospecho es su secretaria, pero que en todo caso no es su mujer. Siento más frío aún, miro el reloj y noto que debí encontrarte hace más de veinte minutos, me vuelvo una persona en el centro del parque Kennedy que alarga y contornea el cuello buscándote, olisqueo, miro hacia todos lados pero no te encuentro, miro a la derecha y camino rápido hacia la izquierda. Error. Choco con el hombre de pelo verde y lo derribo impíamente. Me disculpo, él se carcajea desproporcionadamente, como todo lo que hace, recojo la mayor cantidad de papeles y libritos que han caído al derribarlo, me disculpo nuevamente y camino con cuidado hacia la esquina acordada, el hombre de pelo verde me sigue y me habla, en realidad habla solo y me sigue a la vez cuando a pocos metros te reconozco, más atractiva y elegante que la última vez, veo tu sonrisa inicial deformándose en una mueca, extrañada miras a una persona que camina rápido, torpe e improvisada, con papeles y libros desordenados, con el cabello revuelto del viento costero y sobretodo miras al hombre de pelo verde que me acompaña  y que reconoces fácilmente. Tú, inteligente y divertida recuperas la sonrisa con picardía esta vez, desestimas el café y pasadas las 2am pagas la cuenta de los tres después de varias cervezas y un té. Tú siempre tan lista, encajando situaciones inesperadas, y yo hasta el día de hoy pensando en porqué no le pregunté la razón de su verde cabellera.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

"Une valse" para un final.

Ella cierra cuidadosamente el estuche de un sobrio color azul. Ha decidido no ordenar sus productos cosméticos metódicamente. Lleva veinticuatro en el estuche, entre pestañas, piel, labios y uñas. Se queda en la entrada del salón, amplio, de ventanas con largas cortinas custodias. Pensó en ese detalle y lo que tardó en encontrar las adecuadas, las que guardaran la privacidad de un segundo piso en el centro de Madrid. Su luminoso salón lo era incluso por la noche, cuando las luces de farolas agresivas y potentes irrumpían la oscuridad con sus destellos desde la calle. Los muebles de piel oscura y su delicada decoración revelan éxito. Su mirada en el espejo vende años no recuperables, las pequeñas caídas y discretas arrugas que el maquillaje atenúa cada vez menos. Coloca dos copas al lado de la botella de vino, tinto, uno de los más secos de su bodega, y presiona un botón. Se escucha deliciosa música francesa, cierra levemente los ojos y se mece suave sobre uno de sus tacones, cuando escucha la voz de Edith Piaf, respira profundo, abre los ojos y mira el reloj de pared.

El va caminando torpe y con prisas, sorteando por las calles a la gente con mirada desorbitada como quien no ve el horizonte al que llegar. La lluvia ha llenado las calles de reflejos húmedos, sus zapatos se van estropeando y resuenan más de lo habitual con chasquidos que acentúan el alza izquierda. La cadera le duele aún con este recurso ortopédico. Una cirugía antigua en la que no podría dejar de pensar, el dolor le seguiría a donde vaya. El es un hombre alto que con el tiempo aprendió a vestir y aparentar elegancia. Lleva una maleta mediana y se sorprende al verse con cuarenta y tres años y cierta dificultad al llevar la maleta. La maleta, el alza, la cadera protésica, la elegancia impostada... sintió de pronto que todo junto le era muy pesado. Finalmente llega al portal y sin dejar de caminar echa una mirada furtiva a los ventanales del segundo B. La lluvia empaña sus gafas, pero no su determinación, sigue caminando de prisa y se pierde entre la gente y las calles. Es el cumpleaños de su hija, esta vez, que es el cumpleaños número cinco, no faltará. Sabe que debe salir en las fotos y grabar su recuerdo en la memoria de la pequeña. Sabe lo que quiere hacer y que hay situaciones que no son compatibles. Sonríe imaginando una vida diferente, familiar.

Ella guarda la botella de vino tinto y se sirve una copa del que realmente le gusta, uno blanco y frutado, muy frío. Se sienta y saborea un sorbo largo del vino claro y refrescante, lo menos parecido a su relación con él. Sin derramar una lágrima se sorprende aliviada y esboza una sonrisa mientras vuelve a cerrar los ojos ya que a lo lejos aún se escucha "La foule".

miércoles, 7 de septiembre de 2011

U.C.I. Interruptus.

Lima, Perú. Hospital de las Fuerzas Armadas-2008.

Dos meses antes de que Chechu naciera sabíamos que venía con problemas.
Los controles del embarazo evidenciaron trastornos en el feto. Tratamos de desprendernos de la piel de médicos, esquivar tecnicismos y explicarle a su madre que no podría tener una vida "normal", sobretodo al nacer (probablemente no tendría una vida normal nunca, pero evitamos sentenciar fatalidades). Su madre, Gisella, una mujer de veintiocho años de edad  tenía ya dos hijas de diez y ocho años a quienes dejaba con su abuela materna mientras ella acudía a los controles prenatales, sola. Una mujer joven que nos parecía tranquila más que valiente, se había resignado con la nobleza del poco entendimiento. Su marido, un policía mediocre y ausente como compañero, no había aparecido en el hospital hasta el día del nacimiento de su primer hijo varón.
Una cesárea veloz y el equipo de neonatología recibió a un Chechu flácido que, sin llanto, había sido reanimado e intubado por su pobre función respiratoria. Ingresó directamente a la U.C.I pediátrica, sección neonatología.
Pasaron los meses y aunque poco creció, luchaba aferrándose a la vida sin aparatos, pero no lo lograba. Varias neumonías después y con algo más de peso Chechu cumplió la edad adecuada para pasar a la U.C.I pediátrica, sección infantil.
Evidenciamos problemas entre sus padres una tarde que pasamos a revisar la evolución de los pacientes. El padre uniformado, poseído por los celos y con ojos desorbitados le indicaba a su mujer imperativamente que no terminarían la relación. No y punto. La madre de Chechu aguantaba el llanto y trataba de calmar a su marido a quien repetía "no puedo más, no hay otro, es sólo que ya no puedo más contigo".

El día que Chechu salió de la U.C.I. el servicio parecía una fiesta. Llenamos la sala de globos, compramos una tarta y aunque su primer cumpleaños ya había pasado, lo celebramos en grande. Chechu, liberado de tubos y agujas que penetraran su piel, sonreía más que nunca, pasando entre brazos de sus médicos, enfermeras y familiares. Su padre no se presentó esa mañana. Esa tarde notamos con claridad que también éramos su familia.
Cuando llegó la tarde nos fuimos a casa, nos despedimos de los niños de la sala. A Chechu lo besamos todos con emoción, era nuestro Chechu. Se quedó con su madre. La madre del niño de la cama contigua a la de Chechu charlaba con Gisella sobre la escena protagonizada por su marido, por lo visto era habitual, muy mala racha, paciencia, le aconsejaba, pero Gisella sólo respondió: "tengo miedo". Entrada ya la noche el padre de Chechu apareció sorprendiendo a Gisella, le dijo un escueto e imperativo "vamos". Gisella se levantó serena de la silla, besó a su hijo y se despidió de la vecina de cama. Antes de salir de la sala giró la cabeza, y con un gesto grave volvió a mirar a la vecina, bajando la mirada de inmediato salió de la sala.

La mañana siguiente no encontramos a Chechu en su cama. Había vuelto a U.C.I por una descompensación, propia de su enfermedad. Lo habíamos visto mucho peor, y pensamos con optimismo que saldría de esta también. Fue entonces que leímos los titulares de la prensa: "Policía mata a su mujer y luego se suicida en su domicilio". La sangre dejó de circular por mis venas. No teníamos ciencia ni explicación para ese titular.

Los días siguientes su abuela materna, nos explicaba que si Chechu saliera del hospital ella no podría cuidarlo, ya tenía demasiado con las dos niñas y su humilde presupuesto combinaban mal con su cansada edad. Empezamos a barajar opciones de adopción, un amigo pediátra estaba no sólo de acuerdo sino ilusionado con adoptarlo, meses atrás Gisella lo había elegido como padrino de Chechu, bautizo que por supuesto llevamos a cabo en la U.C.I.
Meses después nuestro hijo en común ya tenía condiciones de ir a casa, a la que fuera, pero no necesitaba estar más en el hospital. La adopción era un proceso lento y las siguientes semanas el hospital lo acogería, como desde su nacimiento, pero Chechu se contagió de una infección hospitalaria y volvió a la U.C.I. para no salir. Su sonrisa se apagó frente a una vida que le había negado aquellas cosas que por ser comunes no valoramos.
El vivió en la U.C.I. toda su vida, corta e interrumpida. Yo aprendí a vivir con un trozo menos de corazón.






A Chechu, por su lucha y su sonrisa. Por su actual paz.

A una de sus pediatras, que se dejó el corazón con su paciente, por compartir conmigo su historia y su dolor, que lamentablemente en este caso no son ficción.

lunes, 15 de agosto de 2011

Caminata de noche. Canción de Cuna.

Algunas formas de vida parecen una enfermedad, del otro lado del cristal todo puede ser diferente.
Esa noche descubrió que la verdad no la tenemos entre todos, ni la tiene nadie... la verdad era sólo el desnudo inesperado de los actos en libertad, un giro en cada paso y se vuelve real cuando ya es pasado, la verdad, era algo de lo que no se podía escapar eternamente.



Lucía, 24 años. En una calle del mundo.

Esa noche decidió caminar. ¿Por qué no?. Hacía 4 meses que por prescripción médica no salía sola, una norma que cumplía estrictamente Olga, la niñera-enfermera que atendía sus necesidades y caprichos durante el día. Una mujer que se acercaba a los cincuenta años, delgada y aparentemente debilucha, almidonadamente correcta, discreta, delicada, perfecta para cuidar un exilio social. Una prisión que llevaba pocos meses, pero que tenía intenciones de extenderse varios más. Olga sólo dejaba un respiro a su mirada de cuidadora cuando Lucía le mostraba el paquete de cigarrillos vacío y casi entraba en una crisis de ansiedad hasta que Olga se ofrecía dudosa de ir corriendo (literalmente) a la esquina de la calle a comprar otro paquete. Lucía nunca se quedaba sin cigarrillos, pero le mostraba la cajetilla vacía, entonces aprovechaba y hacía algunas llamadas.

A pesar del invierno, no era una noche demasiado fría. Olga se había ido hacía horas, a seguir cuidando, esta vez a sus hijos y marido. En casa de Lucía dormían, el reloj marcaba 1:25 am. Lucía rara vez dormía de noche. De día y con muchas pastillas de por medio lograba tres horas seguidas de pesadillas, sueños caóticos que prefería no propiciar, elegía no dormir. Abrió el ventanal de su habitación, se asomó con libertad sacando el cuerpo casi llegando al ombligo y respiró profundo, con fuerza suficiente para sentir el aire húmedo del jardín penetrando y enfriando sus conductos nasales. Cerró los ojos y repitió el ejercicio. Se iba aclimatando. Luego salió de la habitación.
Comprobó el sueño profundo de sus padres, sus hermanos se manifestaban roncando así que fue suficiente con acercarse a las puertas de sus habitaciones. Comprobó también la cantidad de cigarrilos que tenía, contó minuciosa: los de la mesa de noche, los del escritorio, los escondidos en la estantería y los que metía dentro de un muñeco de peluche horrible al que rompió la costura del cuello para esconder cosas dentro de su blando cuerpo de oso feo. Tenía suficientes cigarrillos, cogió su jersey favorito y un sombrerito oscuro, salió con un ensayado cierre de puerta poco audible.

La calle, un barrio residencial,  estaba lleno de jardínes y calles desiertas, iluminadas con poca justicia. Caminó rápidamente hacia la esquina derecha, no sabía por qué pero se tapaba con el cuello del jersey hasta la nariz, sin dejarse ver.  Era un camino conocido, silencioso por lo solitario y sin tránsito de coches ni avenidas insolentes, un camino que dejara pensar sin estar atenta a nada más. La acera se adhería a sus zapatillas una talla más grande que la que necesitaba, era una sensación nueva. El parquet de casa me deja deslizar, la acera rugosa me retiene a cada paso, parece seguro, no me caeré, pensaba. Con cada expiración dejaba salir un poco del aire viciado, ese que sentía en el pecho, tanto tiempo contenido y encerrado, lleno de sustancias químicas indeseables.

Había esperado distraerse de múltiples formas antes de llegar a este punto, pero no había película, canción, o libro que detuviera más tiempo sus pasos, la situación, su sin razón, el maldito vacío, ya había llegado el invierno. Cuando Lucía se negaba a hablar, comer, dormir, y etc era por falta de interés, estaba como decían todos "en su mundo" y la solución era sencilla, siempre estaba alguien de su familia contestando, saludando, respondiendo, decidiendo, en fin, viviendo por ella. Tal vez se había desacostumbrado a vivir.
Esa noche algo diferente pasó, no dejó de sentir que cada paso significaba acercarse al fin, encendió el cuarto cigarrillo, siguió con el paso apesadumbrado que llevaba, pausado, sereno, mirando al suelo, observó su propia sombra. estaba muy delgada y desgarbada, con la ropa ondulante sobre su cuerpo lánguido.No hay mucha diferencia entre mi sombra y yo, pensó. Lucía no busca, ahora se siente la presa, huye hasta de la gente, del ruido, de la compañía innecesaria, de Olga, de su familia y nunca contesta las llamadas, mucho menos las devuelve. Hace crucigramas para olvidar pero nunca los termina, antes de acabar se aburre y se pierde en imágenes instantáneas, una presentación de diapositivas desafortunadas. La fuerza que queda la canaliza al olvido de lo absurdo, "imágenes, símbolos, no personas, no las veas como personas, sino como representaciones que afectan tu estado de ánimo..." le dice su terapeuta, por tu bien. Pero todo esto parece sólo funcionar como un refuerzo del dique, el dique que ya no aguanta más y se deja oír en crujidos de maderas debilitadas, a punto de quebrarse por completo. A pesar de todas las comodidades y excentricidades de las que disfruta, licencias de la locura, las ganancias secundarias de la enfermedad... escuchaba decir.

Cuando media hora después finalmente llega a la casa siente en la espalda la duda gestada en meses, palpitaciones a galope. Breton No 17, se acerca sigilosa a la casa. Salta la reja que custodia el jardín con una facilidad inesperada, y queda agazapada al borde de la ventana, prueba empañar un poco el cristal, en una esquina discreta, sólo por su espíritu lúdico. Conoce bien la distribución y los movimietos del salón que se dejan ver en alta definición por las ventanas que dan al jardín. La lamparita de luz amarilla de la mesa auxiliar está encendida. Al lado de ella un cenizero de crital macizo, lleno de colillas aún desprendiendo humo. Escucha y reconoce un vinilo de Louis Armstrong, respiró profundo, cerró los ojos suavemente y se sintió feliz nuevamente, al menos lo que duró media canción, hasta que empañó, esta vez sin intención, el cristal de la ventana y se hizo consciente lo diferente que es todo del otro lado del cristal. Abrió los ojos, sólo un poco, para ver a Javier, sonriente y tranquilo, brindar con vino tinto, seguro seco, el más seco que encuentre, pensó. Mirando con ternura a su novia. 

Los acontecimientos de esa noche sin testigos llevaron a Lucía a un mayor encierro, uno más profundo y menos doloroso. En la sala común del sanatorio rara vez se le encontraba, no se relacionaba con las demás. Su familia la visitaba semanalmente y le llevaba cosas innecesarias. Olga tuvo la sensibilidad de acercarle sus libros, películas y discos favoritos (o los que ella imaginaba como favoritos por haberlos visto ser escogidos por Lucía demasiadas veces, incluso a veces una sola canción en repetición todo el día) pero sólo logró un amago de sonrisa que más bien era una mueca de gratitud. Había que convencerla de salir de la habitación, a veces cogida por ambos brazos, se dejaba llevar sin resistencia, suavemente, mientras cerraba los ojos, sintiéndose feliz, escuchando repetidamente en su mente "What A Wonderful World"...


sábado, 13 de agosto de 2011

Olvido fugitivo, recuerdo impertinente.

Tenemos tantas formas de morir, yo en una época elegí morir por ti.

Lima, hace muchos años.

Semejante a tu retrato incrustado en la pared, así te imagino aún, así te recuerdo. Tatuando en el salón los besos que a veces son míos, entre paredes claras y ventanales abiertos de cortinas recogidas, flameantes y caóticas por el viento fresco de septiembre, aún así el salón es una visión borrosa por el humo de dos fumadoras en un jueves cualquiera. Sobre la mesa de centro de cristal oscuro dos vasos con zumo de melocotón pretendiendo disimular nuestra noche de alcohol. Seguimos riendo tontamente como se hace a las 3am. y nos servimos un shot de vodka puro, amargo, más bien dos.
Estás acostumbrada a dormir luego de beber de mi, reposada, con un pijama de algondón gris. Respirando tranquila y al compás de las horas te quedas dormida en mi cama. Pero esa noche me pediste antes de dormir, me exigiste: no me sueltes nunca. Yo te abracé a mi pecho, y pasé el resto de la noche sin conciliar el sueño hasta ver amanecer por la ventana de la habitación, con el eco de tu voz resonando y rebotando circular, con la clara sensación de que con esa petición te perdía. Cuando llega el amanecer las plantas del jardín desprenden sus aromas de colores verdes y alguna rosa pastel saluda orgullosa, con la cabeza en alto.
Te encuentro distante y ya no intento descifrarte, como esa mañana, sólo espero que vuelvas a mirarme con ternura. Tu dureza dobla mis días, pero esa noche te llevaste todas las anteriores, tu rostro empapado de miedo me mató... y nada más. No tuve más explicación, sólo salí corriendo antes de sentir sangrar mis oídos con tus palabras, o peor aún, tu silencio.
Me mataste aquella noche y pasé a ser sombra. Un fantasma impío, de sangre densa y gris.
Entonces decidí seguir tus pasos lejanos, intento pasar a tu lado, acelerar y dejarte atrás pero siempre te adelantas a mi andar y vuelvo a ser la espectadora de tu espalda caprichosa, de tu itinerario errante.

Pasados los años vuelves encanto, cada cierto tiempo lo haces, vuelves a prenderte de mi, a hacerme feliz y a caminar conmigo sin dejar de parecer mi propia piel. En unos días volverá tu rostro pintado de dudas y silencios. Me dirás "adiós" como al cartero y yo me iré con todas las cartas que te he escrito en estos escasos días de amor.
¿Por qué vuelves hoy a verme morir?, trato de separarte del dolor, pero lo arrastras a mi como una visión húmeda, de risas, de lágrimas, de besos y despedidas. Y yo me quedo una vez más sin saber vivir, con las preguntas incisivas ¿qué futuro se asoma si todo está encerrado en ti? .Sigo caminando por las calles llenas de niebla, alrededor de tu edificio y mirando de reojo la ventana por la que nunca te asomas, casi nunca estás en casa y la larga avenida me obliga a girar el cuello de forma extrema para no despegar la vista de tu ventana, por si al perder la paciencia te asomas y yo me lo pierdo. No apareces en años y yo sigo caminando, sin rumbo alguno, el cielo de Lima gris ha bajado a posarse en el suelo, ahora veo en grises y no colores, sin ti.
Tus demenciales encantos inundan mis razones, enciendo otro cigarrillo como si eso me diera más claridad pero te sigo pensando etérea como el alba, aún así capaz de inspirarme un profundo dolor.
Llegaste a dormirme del mundo, y la vida seguía sin mi, todos lo notaron, anotaron mis ausencias.
No hay lugar donde no te encuentre, y ya no intento soñar. Asumo tristemente que vas a seguirme en cada pliegue, cada piel que pueda besar, en cada una de sus respiraciones y en sus lágrimas por mi te encuentro, impertinente y risueña.
Esta mañana quieres matarme una vez más pero algo de ti no puede seguir viviendo hoy. Desperté.
La idea de dejarte una vez más duele y teme, otra vez...así sea una necesaria desición para volver a vivir.
Esta muerte no es más que mi camino hacia ti, yo no lo he notado y vuelvo galante a la vida, orgullosa de olvidarte. Amo y me dejo amar, trato de no imaginarte, recorro largos caminos, cruzo fronteras y te llevo de ciudad en ciudad sin sentir el peso, inocente.

Al pasar de los años vuelves encanto,  anuncias pasos vencidos, arañas mi puerta...
y yo, autodestructiva, natural,
una vez más... te dejo pasar.

Detenida

Las risas, los besos y sus silencios en el mar, como una pintura que se derrama en la pared. Otro tiempo de oscura nocturnidad y algún cigarrillo que acompañe los escritos. Es una noche rebelde con contracturas musculares. Dolor.

Vamos hacia nuestro próximo tiempo, jamás pensando en dejar lo que nos espera, vivir lo posible y creer en lo imposible. Cada amanecer cambiando de marea, arrastrando la única ruta hacia nuestros propios miedos.

Los gestos, su corazón, su sonrisa clara…tatuajes en mi alma que no me permiten huir,
Al corazón de mi pecho he visto partir en un siniestro aeropuerto, muy dentro del equipaje de mano, 
se ha llevado nuestros códigos, ha vuelto a asaltar mi mente esta noche, y siempre me exprime no tenerle en todos los tiempos, desfasados por horario, eternizados en deseo, me ciego ante el lado vacío de su abrazo.

Los labios que me hablan de lo que cree y siente, los mismos matan razones sin besar los míos

El tiempo pasa sin consultar, y pasa en su ausencia. Me rasga la piel. Ráfagas de sangre derraman luminosas pinceladas de vida a mi gris.

La sensibilidad es la epidemia de mi época gélida, siempre a punto de estallar.
Nos venden métodos escapistas e imágenes deformadas, la distancia pretende que huyamos del presente, exige dejar el pasado y renunciar al futuro. Frío.

Relojes cada uno al compás del capricho para ir creando representaciones de una realidad, una verdad.

Siempre existe mucho que hacer, siempre mucho que sentir ya que hasta hoy, sus defectos son deliciosamente soportables.

Así también se siente el alma a la distancia, encargada de recopilarte en el tiempo, empapando de personalidad el sentimiento.
De lo contrario…estas líneas serían también entre tanto, imposibles.

lunes, 8 de agosto de 2011

El mono frustro.

1. Antecedentes.

Tuve durante mis primeros 20 años de vida varias clases de mascotas:
Las plantas de casa antes de la llegada de mi primer perro eran mis mascotas. Tengo que reconocerlo. Las alimentaba, lo cual incluía regarlas, darles vitaminas y café en la tierra porque mi madre decía que eso les hacía bien (no tengo ni idea si eso es cierto pero sobrevivieron y fueron hermosas). Las limpiaba, removía la tierra de cada maceta, pasaba paños húmedos por las hojas para refrescarlas y verlas brillar, luminosas. Les hablaba como si fueran perritos o perritos-planta.

Luego llegaron los perros. Perros de varias razas, entrañables compañeros que han despertado en mi profunda ternura, actualmente tengo una y sigue siendo un intercambio de amor desinteresado y compromiso constante.
Peces: clasificados y en varias peceras, toda una fan. A pesar de la cantidad de comentarios (sobretodo de mi madre) acerca de que los peces "traen mala suerte". Leyendas Urbanas.
Tortugas de tierra, torgutas de agua, grandes y pequeñas, de acuario y de jardín.
 En la casa de Iquitos (selva peruana), a los 6 años de edad, se añadieron a solicitud en insitencia mía muchos pollos y ocasionalmente serpientes intrusas que entraban entre los árboles y plantas innumerables del jardín. Yo, en mi delirio por las mascotas me permitía fantasear con que eran parte mi zoo personal hasta que las mataba o se las llevaba lejos el amable señor vigilante de la seguridad de casa. Siempre preferí pensar que las apartaba y luego las soltaba en medio los matorrales y árboles.

2. En Iquitos vamos un domingo al zoológico "Quistococha". Hay animales sueltos alrededor de los visitantes, yo tengo 6 años y me parece genial. Algunos monos (que medían la mitad que yo) se me acercan juguetones. Yo voy comiendo una bolsa de patatas fritas y le ofresco una a los monos. Uno de ellos me sigue, encantador. Yo le sigo dando patatas. Seguimos comiendo juntos patatas a gran velocidad. Se me acaba las patatas. El mono se pone histérico. Grita, se avalanza contra mi, sigue gritando, yo estoy segura de que piensa que no le quiero dar más patatas y que no es consciente de que se me acabaron. Se lo trato de explicar, el mono viene directo hacia mi, gritando, fuera de control. Termino corriendo en círculos alrededor de una pequeña pileta de piedra gritándole al mono repetidamente: "ya no tengo nada!!". Me paso un susto mortal y la gente se ríe de mi.

3.Una mañana tropical en la casa de Iquitos mi padre recibe a un amigo de visita. El amigo trae un mono en su chaqueta. Es muy pequeño, raza "titi". Como es de suponer lo deseo más que a nada en el mundo. Me las arreglo con un histrionismo propio de mis seis años para que mi padre pague una suma exagerada por el mono. El mono se queda en casa, en mi cabeza literalmente. Soy muy feliz porque tengo un mono, no me separo de él en toda la tarde, lo quiero más que a nada. Por la noche mi madre me prohibe que el mono duerma en mi habitación, le prepara una caja cómoda en la cocina y lo deja ahí. Me despierto en la madrugada con una tormenta bárbara, común en la selva. No hace frío, pero pienso que el mono tiene frío, voy a la cocina e intento proteger la caja del viento tormentoso, con una bolsa de plástico.
La mañana siguiente mi madre me cuenta que el mono escapó por la ventana y que estará en los árboles lejanos jugando con sus amigos monos. Me siento triste pero no puedo evitar sonreir pensando en todos los monos jugando juntos.
Con 19 años mi madre me dice la verdad, el mono murió por la bolsa plástica. No quiero ni pensar ni describirlo, me quedé triste de por vida.

4.Lima. Salgo con un amigo de la escuela naval. Es amable y carismático. Salimos de vez en cuando. Yo tenía 17 años. Un 31 de diciembre antes de irnos de fiesta aparece en mi casa con un mono. De aproximadamente 30 centímetros, lindo, gracioso, juguetón e hiperactivo. El mono perfecto. Me olvido de mi amigo marino. Juego con el mono hasta la hora de la fiesta, no deja de sorprenderme el parecido que tienen con nuestra especie. Cierro las ventanas y las puertas, me aseguro de que el mono no pueda escapar de la casa. Me voy a la fiesta. Mi madre no está y no sé cómo avisarle, pero me parece simple y lo resuelvo, dejo a mi madre una nota diciendo: " vengo temprano, cuídame el mono". Vuelvo de la fiesta, no hay cortinas sino hilachas desgarradas por todo el salón. No hay mantel. No hay cristalería sobre ninguna superficie. El sofá principal tiene claros signos de arañazos desgarradores también. Mi madre me dice cosas irrepetibles y muy justas. No me quedo con el mono.

5. Madrid, con 31 años. Aún quiero un mono. Mayte dice: "ni de coña".

martes, 2 de agosto de 2011

"The Lady in Red"

ROJO: corte y sutura, rojo sangre y amante, rojo cordón umbilical, rojo en tus mejillas, rojo... tu vestido.


"I've never seen you looking so lovely as you did tonight. I've never seen you shine so bright..."

San Isidro, Lima. Una noche de verano del 2004.


En una cola caótica con Adela, compañera de desaciertos y pequeñas aventuras en la acera del centro cultural PUCP (Pontificia Universidad católica del Perú), esperando entrar al concierto de "Silvio a la carta". Un grupo en homenaje a la música del gran Silvio, canciones escogidas con inteligencia y versionadas con talento. La calle bonita y ruidosa por el tráfico de esas horas es un extraño equilibrio de actitud bohemia-intelectual con la Lima acústicamente contaminada por la que circulamos. Adela espera con cierta emoción. "Al fin voy a conocer a tu novia, al fin, al fin..." dando saltitos de niña juguetona a punto de recibir un helado. Bueno,no es para tanto, pienso yo, (rancia). Y ya en actitud negativa sigo pensando, "esta noche voy a conocer a tu ex novia, que ya de lejos me cae mal y entre las tres (Adela, su ex y mi novia) es posible que logren que el concierto sea menos bueno que si hubiera venido sola." (Rancia mal).
Recuerdo el jaleo, los múltiples intentos frustros de comunicarnos con ellas por celular, pero pasa una combi, pasan 3, los coches se gritan entre sí, cada uno con su claxon y conductor (cada coche grita como puede, usando todos sus recursos). De esta avenida no sale nadie, y mi voz por el celular menos, pienso con cierto aburrimiento.
Al fin entre el tumulto y el desorden pacífico de la cola (entendamos que los individuos que acuden a un concierto de Silvio a la carta son más bien tranquilos, y si se violentan en la intimidad de sus días no suele ser durante o previo al concierto) pude reconocer una figura felina, negruzca que se trataba de esconder tras una melena lisa y sedosa, cual comercial de Pantene. Era Diego Bertie (actor peruano concocido en teatro y culebrones de los 90) que salía tratando de firmar lo menos posible en lo que autógrafos se refiere, como si con esa ropa de cuero pegadito no resaltara lo suficiente. Ja!
Dentro del bullicio Adela intentaba decirme con gestos, gritos, saltos y ya finalmente con un dedo indicando coordenadas exactas, que había visto a una chica guapísima. La vi, despistada, de melena indomable, traía un vestido rojo perfecto, simplemente perfecto. Recuerdo sus ojos tímidos y su sonrisa de un blanco luminoso y cautivador, pensando quién sabe qué (y nunca lo sabré). Así te vi, de pronto tu mirada y sonrisa apuntaban a un solo objetivo, una mueca cómplice y los pasos cortos que corrieron hacia mi. Me besaste, y te prendiste de mi mano con naturalidad, yo mientras tanto seguía sin entender y quise preguntarte ¿de verdad estás conmigo?, ¿es cierto que son los dioses tan generosos esta noche?. Lovely darling, lovely...
Luego son pocos los recuerdos de esa noche, recuerdo un concierto emotivo, encantador. El whisky con hielo en casa luego del concierto y tú, aún con tu vestido rojo, preparando tequeños rellenos de queso para la madrugada de conversaciones. Sentada a mi lado, soportando la verborrea de las madrugadas interminables en la sala de sofás grises donde vivíamos.
Aún ahora, a la distancia, puedo sacarte el rojo de las mejillas con un recuerdo impertinente, narrado con respeto a nuestros tiempos, con ingenio para robarte una sonrisa que no veo.

Gracias a ti por tus rojos, todos, los buenos y los malos, por tu sonrisa, aunque no la veo, sé que sigue siendo una sonrisa cómplice a través de los años.

"...I never will forget the way you look tonight..."

Cayó la Luna

Cayó la luna. Luna llena me encuentras de pie.
Te doy la espalda, miro a la nada y de la nada tu reflejo. Irrealidad.
Luna llena, lleno de golpes tengo el pecho,
fragmentado el pensamiento, de temblores lleno el cuerpo.
Te huyo.
No te conozco y te tomo. Dolor.
Luna con sombras escalonadas esta noche,
desconciertos febriles, sin remedio el corazón.
Llena de inútiles recuerdos has venido,
descifrando mis encuentros,
en esta noche de cementerio.

Luna, de todas tus pasiones sólo encuentro el vacío,
sólo tengo lo que contigo se ha ido,
ya que te vas llévate contigo el vacío.
Luna has caído, traes, vienes, corres
y aún así yo no he vivido, sin conocerte,
para olvidar he tomado licencia de mirarte,
Insomnios furtivos en tragos empapados de partidas.

Tengo que decirte que sobrevivo, que empezaré a vivir,
y yo elijo sobrevivir, al menos hoy...
Un grito en el silencio, no vale la pena,
dejarnos invadir por la tristeza.

miércoles, 27 de julio de 2011

Bahamas Infernal.


EL SUEÑO AMERICANO : “…Para algunos, es la oportunidad de lograr más riqueza de la que ellos podrían tener en sus países de origen; para otros, es la oportunidad para sus hijos de que crezcan con una buena educación y grandes oportunidades; por último, hay quien lo ve como la oportunidad para ser un individuo sin restricciones impuestas por motivo de raza, clase, religión, etcétera.
Mientras el término con frecuencia se asocia a la inmigración en Estados Unidos, los estadounidenses nativos también lo describen como "búsqueda del sueño americano" o "viviendo el sueño americano"….”  GRACIAS, WIKIPEDIA.

¿A quién engañamos?, el verdadero sueño americano, (si es que algún incauto aún sueña), no es llegar a sudar con el calor de Miami repartiéndote entre 80 a100 horas de jornada semanal entre dos restaurantes latinos (grasientos y poco salubres) y algún mall reponiendo y doblando ropa que otros impíamente desbaratan a su antojo casi por hacerte trabajar más. Eso como mucho es la pesadilla americana. El verdadero sueño americano es estar de VACACIONES (entiéndase DisneyWorld, Epcot center, Seaworld, MGM, compras compulsivas, playas paradisacas, hoteles fabulosos y clubes nocturnos para todos los gustos), sin hacer nada y con todo pagado. Si no lo mereces mejor aún, lo disfrutas más porque ningún esfuerzo te ha costado.

Miami, 1989.
Mi madre (29), hermana (6) y yo (9), última semana de tour en Florida-EEUU.
Por razones que poco recuerdo y creo que es mejor así, nos encontrábamos las tres frente al enorme barco que nos llevaría a pasar el día en las Bahamas. Recuerdo mi mal humor, (característico desde pequeña, las fotos hablan por sí mismas), pero mis razones tenía:  haber tenido que despertarme a las 6am, desayunar el asqueroso jugo de naranja artificial made in usa y llegar legañosa al puerto aún con el viento que refresca o congelaba mi prominente nariz.  Terminé de despertar cuando noté que no lograba sacar una foto al barco, una completa. No entraba en la foto, entonces pensé que era el barco más grande que había visto en mi vida. Más que los de la televisión. La vida a bordo fue aún mejor, casino para mamá, piscinas y jacuzzi para mi hermana y yo (vestidas con trajes de baño iguales made in usa too). Para un niño la experiencia del buffet es una feliz contradicción a las normas de comida diaria de no dejar nada en el plato (porque sino los pobres niños pobres serían más pobres y estarían más tristes por culpa tuya). Pues no, en el buffet me traía al plato toda la comida que me llamaba la atención sin pensar en que tenía que comerla, por colores, por formas, presentación, etc.
Al fin, llegamos a las islas Bahamas. Mi madre metió en una mochila azul jean clásico (que nunca olvidaré) lo indispensable para vivir e identificarnos y a la vez lo necesario para estar fuera del país:  Pasaportes, pasajes, bonos de tour, cámara fotográfica, camiseta de recambio para cada una y la bolsa de viaje de poco más de 5000 dólares (sigo sin entender porqué la llevaba en efectivo, Mamá algún día te lo preguntaré…), dinero que solventaría nuestros caprichosos gastos las tres semanas posteriores al tour, semanas que pasaríamos en casa de familiares y amigos que todos tenemos en cada uno de los estados de EEUU (costumbre latina).  Recuerdo pocas cosas, un cielo celeste pintado de postal, el primer grupo de reggae que vi en vivo tocando en una calle cualquiera (eso me dejó alucinada buen rato), muchas personas de piel negra y todos muy sonrientes con ropa multicolor. Pasado el tiempo pienso si la alegría de los lugareños se debía al consumo de cannabis… de todas formas bien por ellos, se veían felices o así los recuerdo. Pasamos por tiendas, alborotos y poco tiempo después tomamos un taxi hacia la playa. Yo pensaba en llegar y correr hacia ese mar tan celeste que había observado todo el camino desde el barco, ya a esa edad disfrutaba mucho el nadar y quería mi día de playa en colores nuevos. Llegamos a la playa y yo olvidando que venía acompañada corrí hacia la dorada arena, fina como polvo brillaba entre mis pies, yo levantaba la que podía con pasos agigantados y rápidos que se dirigían directamente al agua cuando mi joven madre gritó: “un ratito, espera para tomarnos una foto”… lo siguiente fue buscar la cámara,  que estaba en la mochila que no estaba en las manos de nadie. Mi madre olvidó la mochila y su contenido valioso en el taxi. No teníamos como volver al puerto, no teníamos dinero, no podíamos salir de las Bahamas ni entrar a EEUU sin pasaportes. Sumado a esto el ataque de nervios que tenía mi madre encima, claro ahora pienso que con dos niñas de 9 y 5 años y ese panorama no era para menos.  Luego todo fue un cúmulo de agonías y angustias, yo iba cual cometa llevada el brazo hacia donde mi madre corría, gritaba, se desesperaba y todo esto en la entrada a la playa, que se despedía de mí, mientras me alejaba hacia la calle donde el taxi nos había dejado hacía menos de 5 minutos.
Por suerte, el final no fue tan trágico, las Bahamas, por mi minúscula experiencia está llena de taxistas honrados, bien comunicados por radio que rápidamente contactaron con el taxista que tenía la mochila azul. Cuando apareció en su taxi color muy amarillo mi madre contó el dinero y revisó el contenido de mochila. No faltaba nada y fue entonces cuando la vi saltar a sus brazos y besarlo en la mejilla pero apasionadamente, pensé que nacía una historia de amor… pero era un agradecimiento desesperado.  Volvimos al puerto en el mismo taxi porque ya no quedaba mucho tiempo para nada. Nunca metí los pies al mar.
“…en el mar la vida es más sabrosa…”

martes, 26 de julio de 2011

El patio empedrado.

Belgrado- Serbia.
2009, invierno.

Me despierta el viento frío en la cara.  Raramente seco, en el patio de casa. Creo que me dormí mientras pensaba en arreglar la ventana.  Es una bisagra que perdió algún tornillo y ahora tambalea con el viento. Estoy cansado, hace tiempo ya, pero mantengo la costumbre de arreglar los pequeños desperfectos que la casa va presentando. Hemos envejecido juntos, afrontamos el paso del tiempo y su desgaste natural con mis manos artríticas de 86 años. Sé que lo puedo hacer, lento pero cariñosamente resano las paredes, cubro las grietas  y aseguro alguna viga. La pintura aguanta, aguanta un poco más aún.
Me siento en el banco de metal oxidado y corroído, sé que nada puede con él. El es más fuerte que yo. Lo supe desde aquel abril del 41, luego del bombardeo. Aquel día sólo el banco resistió. Yo lo perdí todo, todo lo que un hombre puede perder, y así pudo conmigo también, pero el banco resistió. Mi familia se … no, no lograron salir, yo no pude hacer nada y los pocos recuerdos que tengo de aquel día se tiñen de rojo, atropellan mis pensamientos con estruendos y explosiones, polvo gris, gritos  y charcos de vida derramada.  Aquí en este banco sobreviviente me sentaba con ella, a ver el atardecer.  Con una taza de té en invierno, nos gustaba que la lluvia nos repliegue a casa, así supiéramos que llovería nos quedábamos juntos desafiando el mal tiempo, charlando, ella me hacía reír mucho, mucho más de lo que yo acostumbro.  Me gustaba ver sus ojos abiertos no del todo por los rayos de luz atacando sus pupilas. Tuvo una mirada inteligente siempre, más aún cuando se perdía en el empedrado patio gris, sentada en el banco, a mi lado.
Veo las dos casas vecinas, también con techo a dos aguas. Blanco roto o blanco gris, siempre tuvimos esa discusión tonta. Mi casa es de una sola planta, las ventanas de madera, amplias de marco blanco, iluminan el salón principal. La puerta es una ventana que creció y nos da paso, siempre acompañada de un pequeño farol de luz amarillenta, como la que no recomiendan.
A mi me sigue pareciendo romántico sentarme en el banco que ha sobrevivido. A  perder la mirada en el suelo de piedra, piedras que coloqué una a una después de los 50, otra vez, cuando me propuse que tuviera el mismo aspecto, como a ella le hubiera gustado.
Las palomas no pierden el tiempo y juguetean entre las migas que les dejo y los charcos de lluvia, son escurridizas pero han aprendido a no temer a este viejo observador. Esta vez se mueven menos, como si yo no estuviera viéndolas, no sé la hora, pero ha anochecido y el viento es extrañamente seco. Las palomas ni se inmutan. Un momento... me embriaga la emoción de volverte a ver, he notado esta tarde que el banco ha sobrevivido a mí, que la bisagra quedará inestable. Acabo de morir.

sábado, 23 de julio de 2011

FRIJOLES Y PESCADO FRITO

La idealización del médico en la sociedad ha forjado un compendio de leyendas urbanas tan falsas como antiguas. Aclaro: no somos infalibles, no estamos siempre de buen humor, no llevamos todos un estilo de vida ejemplar (con tantas guardias y estrés eso está descartado), algunos nos drogamos como todos: café, alcohol, tabaco, medicamentos autoprescritos, red bull y etc. (dependiendo del gusto). La mayoría tenemos vocación de servicio, aún así no todos la tienen las 24 horas del día. Estudiamos mucho pero no lo sabemos todo y lo principal NO SOMOS HOUSE ok?.

Lima. Algún Hospital del MINSA. (ministerio de Salud).
Rotación de internos en el servicio de Cirugía.  (Del lat. chirurgĭa, y este del gr. χειρουργία).
Cirugía: Parte de la medicina que tiene por objeto curar las enfermedades por medio de operación.
(o empeorarlas como puede pasar en cualquier práctica médica).

Francisco es un hombre humilde, de unos 58 años, mulato, flaco en exceso por la enfermedad, amable y respetuoso. Su mirada ensombrecida reflejaba tristeza y resignación crónica. De pocas palabras, confiaba en nosotros, ¿qué le quedaba?...
Francisco llevaba hospitalizado 3 meses en el servicio de cirugía por el que en esos tiempos pasamos una agradable estancia académica. Había sufrido hacía unos pocos años un accicente automovilístico y requerido cirugía abdominal para las lesiones producto del accidente. Los años siguientes fue ingresado constantemente con el mismo enigma sin resolver. Los internistas y cirujanos que veían repetidamente su caso no se explicaban las espontáneas perforaciones intestinales y consecuentes peritonitis por las que entraba y salía del servicio de cirugía, que se había convertido ya, en su segunda vivienda.

No podía ingerir nada. No comía hacía dos meses. Le alimentábamos insípidamente por las venas, con cálculos y fórmulas matemáticas sin sabor alguno. Nadie lo visitaba. Cuando alguna vez me quedé con él a charlar no me preguntaba nada, sólo se veía consumido cada vez más y si yo le preguntaba algo con lo que soñar decía escuetamente: "...sólo quisiera comerme un buen plato de frijoles con arroz y pescado frito...", era el único momento en que su mirada cambiaba y cierto brillo discreto asomaba por sus pupilas cansadas. Incluso atisbaba un intento de sonrisa, más bien una mueca que yo interpretaba como positiva. 

Los cirujanos no se atrevían a operarlo nuevamente, nos contaban que al entrar a la cavidad abdominal las paredes intestinales se deshacían como papel higiénico mojado al menor contacto, era por eso que alimentarlo por vía oral no era una opción. Estaba muy débil a pesar de la sangre que se le había transfundido y era peligroso entrar a sala de operaciones, con altas probabilidades de no salir de ella.
Se barajaban opciones diagnósticas, pocas y raras, no muy conocidas y nada frecuentes en latinoamérica.
Pasadas varias semanas, y como última opción, nos enfrentamos a la cirujana más bruja del servicio. Una mujer que pasaba los cincuenta, rubia mal teñida, de muy mal gusto para vestir y de un carácter avinagrado por excelencia, no lo sé pero juraría que era soltera. Como suele pasar, sin embargo, fue una de las personas de la que más aprendimos, la exigencia y lo castrense a nivel quirúrgico resulta, es ahora en retrospectiva que lo puedo ver con claridad.
Le comenté el caso (y ella por supuesto respondió que lo conocía mejor que yo), le pedí su opinión acerca de una nueva intervención, retirar un trozo importante del intestino más dañado y probar si con el tiempo el resto se fortalecía. Era una opción para mi. Era una locura para ella. Sabía de sobra que eran muchos más los riesgos que lo escasamente bien que podía quedar Francisco. Pero era su única oportunidad. Creo que antes de mandarme a la mierda, respiró profundo, me miró fijamente por largo rato (yo pensé que me iba a golpear o algo así de surrealista). Sólo dijo en tono severo: "Está bien. Entramos a sala en una semana.". Se fue sin mirarme, seguro que pensando en que no había una interna más pesada y más tonta que yo.
La semana siguiente fue un cúmulo de vértigos emocionales y entusiasmos mermados por las pocas posibilidades. Recuerdo que nunca estuve en una sala de operaciones tan concurrida, seguro que ni cuando filman E.R. hay tanta gente en la sala. Cuatro cirujanos, tres residentes, dos internos, dos externas, enfermeras, asistentes, anestesiólogo y jefe de servicio. Todos juntos vimos sus entrañas y nos sentimos pequeños. La Cirujana bruja nos odió más que nunca ese día, pero que buena era con las manos la cabrona. No habló durante las 7 horas que duró la cirugía. Salimos extenuados sólo de estar ahí.
Francisco pasó a recuperación y en pocos días estaba nuevamente en el servicio. Más débil, más flaco, y menos comunicativo. Tuvo una evolución lentamente favorable, pero favorable que era lo increíble.
A las pocas semanas me tocó pasar a pediatría, a otro hospital, no supe más de Francisco en 3 semanas hasta que recibí una llamada al móvil. Era una entrañable externa que recuerdo con especial afecto, (aún permanecía en cirugía ya que no le tocaba rotar de servicio hasta el mes siguiente), una chica que cumplía todas y cada una de las definiciones de nerd, escencialmente estudiosa, inocente como pocas y de un corazón excepcional. Su habitual parsimonia y tono formal no ocultó la euforia de su llamada, me dijo (y lo recuerdo literalmente) : "Le hemos dado el alta a Francisco, ya puede comer, ha subido dos kilos, se va hoy. Quería que lo supieras.".

No, no somos perfectos ni aspiramos a ello. Los médicos somos gente más que normal, llenos de defectos y deformaciones profesionales, las exigencias de nuestra profesión nos hacen renegar mucho en ocasiones, pero puedo jurar que la sonrisa que me sacó esa llamada lo vale todo y más.



A Francisco, donde quiera que esté, porque siempre le deberé un buen plato de frijoles con arroz y pescado frito.

jueves, 21 de julio de 2011

Silencio.

Luis, 21 años- El barrio del Pilar, al norte de Madrid.

Elevados edificios cantan forzosa modernidad, calles caprichosas e indignadas se resginan a ser atravesadas por alguna autopista de gran velocidad. Caminantes con miradas fijas, mp3-4-5, laptop, blackberry, tablet, ebook, ipod, iphone, ipad... ay!!!. Todos conectados, contradictoriamente nadie conecta con nadie que no se encuentre a su vez sumergido en algún avance tecnológico portátil. Bien, así andamos, nos guste más o menos.

Luis camina entre las habitaciones del piso de 80 metros cuadrados en donde vive aún con sus padres. Padres que no están. Padres que trabajan automatizados por el mundo de las hipotecas, las cuentas, y el sistema en el que se han acoplado sin preguntarse por otra forma de vida. (como hacemos la mayoría).
Luis es tecnófobo, mal poco común a su edad y en estos tiempos. Camina sin descanso por los 80 metros cuadrados sin soltar el sobre de los análisis que recogió en la consulta del médico esta mañana. Ha pensado innumerables veces a quién y cómo contar el giro inesperado que su vida (ahora pronosticada como corta), ha dado esta mañana. Luis es un chico intuitivo, pero esto lo ha tomado por sorpresa, nadie imagina un desenlace de vida con 21 años y con el curso que el médico, delicadamente, le explicó aquella mañana.

No se conecta a facebook, twitter, tuenti, Hi5, hotmail ni xmail alguno. Es tecnófobo. Prefiere mirar a los ojos y escuchar la voz de sus interlocutores, olerlos levemente, percibir su lenguaje corporal y se ha revelado contra la revolución tecnológica. Es un derecho que no le pueden quitar. La vida sin embargo, ha dejado de ser un derecho para él. El teléfono de casa no funciona. Así que sale decidido a tocar la puerta de algún compañero de clase, amigo entrañable o lo más parecido a una persona de confianza. Pierde la esperanza de lograr hablar con alguien en la cuarta llamada a las puertas, sin respuesta. Se desepera, pero no llora. Agobiado por las ideas toma la desición que hasta el momento le parece la más importante de su vida. Morirá rápida y silenciosamente, apartado, sin decirle a nadie nada, sin hacer parte de su drama a ningún ser. Decide que es el mejor regalo que puede hacerle a los que quiere, a los que respeta, a los que sufrirían con él, sin que eso cambie el final. Antes sin embargo, dejará una huella en el mundo, compartirá con el primer extraño que le inspire algo de confianza su secreto. Mientras tanto desde un elevado paso peatonal intenta seguir la trayectoria de los coches que bajo sus pies llegan tarde... quién sabe a dónde porque todos van muy de prisa. Le parece más divertido desde los puentes o pasos elevados pisarlos como cucarachas, calculando el momento en el que pasan por debajo de sus pies y hace el gesto de aplastarlos sin piedad, pero el vértigo que sufre, una cosa nueva que añadir, le arrebata la breve satisfacción en pocos segundos.

Dispuesto y muy decidido toma un bus de largo recorrido, no saluda al conductor. Es verano y los buses están congelados de aire acondiconado, congelado como él se imagina en poco tiempo, avanza buscando un rostro, una mirada, un perfume discreto que asome algo de calor, de humanidad. Rápidamente nota que no compartirá con nadie su secreto.
En los buses, metros, trenes y demás medios de transporte público los seres humanos solemos buscar el asiento sin compañero/a al lado. Buscamos soledad, mirar por la ventanilla o mirar al resto pero no al lado de nadie desconocido, no hacemos amigos frecuentemente en los buses. Nos escondemos, agazapados en nuestros pensamientos y mejor que no nos interrumpan.

El ser humano, una especie autodestructiva, impía, y contradictoria del reino animal se describe como social. Sí, el ser humano es social por naturaleza, pero que solos estamos.

miércoles, 20 de julio de 2011

Diarios de Bicicleta.

Arturo, 12años. Lima-Perú.

Magdalena del Mar es un distrito afortunado, o afortunados son sus habitantes y visitantes esporádicos. Las corrientes de viento fresco anuncian la cercanía costera. Los parques han encontrado lugares extensos y rincones entrañables para sus generosos árboles antiguos, de raíces profundas que dan forma a estupendos respaldos sobre una alfombra de césped mullida, que por si fuera poco, regalan una templada sombra.
Las casas, en la mayoría construcciones antiguas y encantadoras de 1 a 3 plantas están dispuestas en calles que suelen desprender una tranquilidad que es de agradecer.
Es un distrito con las características necesarias para los buenos recuerdos. Un buen lugar para vivir.

Se insinuaba el verano Limeño en Magdalena a través de las cornetas de helados Donofrio en sus carretillas amarillas, con dibujado sol sonriente custodiando la caja helada llena de tesoros infantiles y el correspondiente heladero sudando sin parar entre el pedaleo y la corneta, esperando alguna señal para acercarse (siempre pensé que ser heladero está muy mal valorado: es esforzado, seguro que no ganas nada bien y encima tienes que contener las ganas de comerte los helados que llevas... todo eso junto no puede ser bueno).

Las vacaciones escolares han llegado. Arturo, que vive en un distrito menos cálido y alejado de la costa, ha convencido a su padre para lograr un día perfecto. Su padre lo llevaría a él y a su nueva bicicleta a la casa de una amiga en Magdalena, y así pedalear toda la tarde al lado de la rubia del colegio más parecida a una Barbie, aunque nunca se preguntó qué tan parecido era él a Ken.

Ya dispuestos todos, porque finalmente barbie invitó a sus amigas no tan rubias también a la tarde de bicicletas, (como podrán suponer, la tarde iba siendo menos perfecta), finalmente partieron.
Esta libertad vespertina estaba limitada a un gran parque frente a la casa de Barbie, como era lógico, por los 12 años que tenían y desde donde su madre (también muy rubia) lograra verlos desde la ventana.

Al partir para dar la primera vuelta al elíptico parque Barbie y compañía gritaban a Arturo que las siga y se de prisa. Arturo no había partido aún. Arturo no sabía montar en bicicleta.

Su bicicleta nueva era la primera sin ruedas pequeñas en la parte posterior, pero creía en su instinto. Aprovechando que Barbie y compañía se encontraban sorteando una curva con poca visibilidad hacia el punto de partida (gracias nuevamente a los frondosos árboles de Magdalena) se dio propulsión con el brazo derecho desde una rugosa pared e inció la aventura del equilibrio inestable, serpenteó un rato sintiendo la inminente caída pero salvó el momento imprimiendo velocidad, pedaleando más fuerte y finalmente tomó el control.
Su instinto no falló. Alcanzó y superó a Barbie, hizo bromas y las dejó algo atrás con una impostada seguridad y sonrisa de ganador.

La tarde perfecta parecía volver a su cauce. Fue entonces cuando el sol dándole directo a los ojos no le dejó distinguir al intrépido conductor de una bicicleta de montaña, más alta y más veloz que cualquiera de las que había visto. Un muchacho de unos 14 años, alto, atlético, veloz, sonriente, bien vestido y rubio.
Por supuesto era guapo. Por supuesto, era Ken.

El buen instinto se pierde cuando la pasión nos desborda. Fue la pasión quién incitó a Arturo a seguirle, perseguirle, intentar alcazarle y hacerlo morder el polvo de sus ruedas. Ken debía quedar atrás.
Era arriesgado pero no tuvo opción cuando vio a Ken dar una curva a velocidad con los brazos cruzados y el volante mágicamente guiado por los espíritus de Mattel.

La voluntad es una fuerza que, incentivada por una mujer (a cualquier edad) te lleva a donde nunca pensaste.
Arturo lo intentó como un atleta de olimpiadas, ya dominaba la elíptica y las velocidades, ahora tocaba ir por la medalla de oro. No es esta la típica historia de: "muchacho del montón no puede superar a Ken". Arturo lo alcanzó y ciertamente lo dejó atrás, cegado por su pasión traicionera y haciendo más ejercicio que en todas las clases acumuladas de educación física, con mucho esfuerzo, sudor y orgullo.

Ya había dejado bastante atrás a Ken y decidió girar la cabeza para sonreirle a su enemigo declarado, a dedicarle un gesto burlón y arrogante, la estocada final de ganador, cuando la mal calculada distancia hacia la pared (la que inicialmente le sirvió para tomar impulso) le cobró peaje. Se estrelló contra ella arrastrando su brazo derecho sin poder evitarlo por la rugosa pared (porque sí, era rugosa y mucho), se iba dejando la piel literalmente mientras iba cayendo de forma acrobáticamente dramática entre matorrales, acera, pared rugosa y caras de Barbie sin reacción, ya que se habían detenido todas a conversar y conocer a Ken. El guapo Ken.

Cuatro puntos en el brazo derecho, una capa de pintura a la bicicleta nueva, las plantas del parque con el tiempo recuperaron su forma. Casi todo tenía solución. Nadie se enteró que Arturo aprendió a montar en bicicleta aquella tarde y el verano siguió su curso.

Dos meses después, en  Magdalena, Ken besó por primera vez a Barbie mientras tomaban un helado Donofrio. Arturo los vió desde su bicicleta, pero no se cayó.

Arturo hizo uso de su bicicleta hasta pasados los 22 años, recorriendo largas distancias, también practicó ciclismo de montaña un par de años.
Su primera novia fue la menos rubia de las amigas de Barbie, 2 años después.

martes, 19 de julio de 2011

Gracias Mamá.

1990- 6:20am.

Lima, clásicamente gris e invernal. La niebla baña las calles invadiendo cada proyecto visual, y sigue así, convirtiendo una mañana cualquiera en una desalentadora propuesta de tener que levantarse de la cama. Una de las mejores cosas de que el cielo de Lima sea gris consiste en lo bien que nos cae a los noctámbulos el tener poca luz por las mañanas. Evitando ese ánimo enérgico mañanero con el que muchas personas despiertan en el mundo. Yo no. Yo nunca. Por mi que el sol se quede dormido y todos con él, es una crueldad levantarse con el ruido del despertador del móvil o cualquier otro artefacto siniestro que suene, vibre o te sobresalte poniendo en riesgo tu tranquilidad.

Mientras te aferras a las sábanas y mantas suficientes para encapsularte en el calor del buen dormir de pronto el estruendoso sonido del coche que nos llevaba al colegio. La sra. Palomino y su camioneta madrugadora, juro que aún no acababa la noche, (y para mí en realiadad empezaba), la bocina escandalosa que hacía que el sueño termine en pesadilla. Continúa el amanecer con los gritos nerviosos de mi madre, a voz en cuello de jirafa: " "chicas la movilidad!!! ya llegó!! despierten, vístanse, tomen desayuno,no se olviden la agenda, yaaaa!!!! ", todo esto a una velocidad y volumen difíciles de reproducir, más aún difícil de olvidar. Mi madre en pijama a medio caer y con ojos entreabiertos (imposible abrirlos por completo, se acababa de despertar al igual que mi hermana y yo, con el sonido del coche de la Sra Palomino). Salimos medio vestidas, desorganizadas, con la mitad del desayuno en la lonchera y la otra en la boca, congeladas y dormidas aún al escuchar la suave reprimenda de la sra Palomino por tardar tanto en salir de casa.
Algunas veces incluso con el uniforme húmedo que, lavado la noche anterior no había terminado de secar.
En un acto desesperado mi madre intentaba secarlos de múltiples formas, acercándolo a los fogones innecesariamente encendidos en la cocina (para que vaya calentando), con la plancha (para ser más efectivas, aunque quedaban notablemente luminosos), o zapatillas al horno (único intento luego de lo cual quedaron deformadas como para calzar a un ser claramente no humano), finalmente alguna vez uniformes húmedos ante la amenaza de la partida de la Sra palomino, sin nosotras.

No estoy segura de a qué hora exactamente me despertaba del todo, puede que ya en el colegio luego de 70 minutos de trayecto.

Cuando yo nací mi madre tenía 20 años, yo a esa edad puedo reconocer sin verguenza alguna que no era capaz de gobernar ni siquiera mis propios caprichos.
Todas las relaciones tienen sus bemoles, sin ellos no hay relación real.
Las anécdotas más o menos felices son interminables, las buenas son ilimitadas, y mi amor por mi madre infinito.



A Rocío, que hoy esta mañana se enfadó con su madre.

lunes, 18 de julio de 2011

Virginal

La pérdidad de la virginidad es y ha sido un tema controversial, persistente. Motivo de cefaleas y embarazos paranoides...y como parece, no nos libramos de ello.
Desde luego abordalrlo en algunas de sus varias dimensiones es propio de libros, no de post, así que allá vamos con la historia.

Marcos, alrededor de los 20 años, era un muchacho atípico, con un marcado aire quijotesco en cada una de sus frases, rimbombantes, rebuscadas, antiguas...
Tenía la costumbre o sistema de rodearse de amigas, varias y juntas, siempre menores que él y menores de edad, a las que constantemente regalaba flores y piropos respetuosos y formales (siempre me pregunté si los ensayaba por las noches el día previo). Las chicas disfrutaban de ello tanto como de su compañía galante, sin riesgos. Un caballero como dirían mi abuela, siempre tan sabia.
Tal vez su característica principal era ser un clásico, no me malinterpreten, no lo resalto como aburrido, simplemente un clásico. Clásico aplicado en todas sus dimensiones conocidas, su vestir, sus conversaciones, sus controlada risa e incluso sus chistes o elegantes historias. Los pantalones nunca jeans, con camisa dentro del pantalón y correa a juego con los zapatos que nunca eran zapatillas, lustrosos e impolutos resonaban en el suelo de la acera como un preludio de su voz impostada al anunciar su llegada. El verano termplado y gris de Lima no perdonó innumerables tardes, simpáticas, respetuosas con un grupo de chicas guiadas por el caballero Marcos.
Recuerdo en esos tiempos sus esfuerzos discretos pero no libres de sudor nervioso, para enamorar a una de las amigas adolescentes que conformamos su cículo social, ante el poco éxito pasó de una en una, sintiendo y demostrando querer galantemente, a todas en prudente orden. Hizo bien, halagó a todas respentando un tiempo entre sí, y sin dejar la amistad de grupo, en el cual era el único varón. Nunca dividió, ofendió o forzó interacción alguna. Al pasar el siguiente inverno cada una de las adolescentes iniciaron su vida sexual con algún patán de barrio, parroquiano, hijo de vecino, amigo nuevo del grupo de confirmación, de teatro, del coro o de las interminables actividades que las monjas planean para las niñas en el colegio religioso ante todo. Nunca faltó un surferboy de melena desteñida y desaliñada en la lista amplia de iniciadores.
A Marcos de forma inconsciente lo convertimos en un ser asexual, desprovisto de deseo, al menos de nuestro deseo. No sé exactamente cuándo se inició sexualmente, mucho después que nosotras seguro. En retrospectiva pienso si después de tanta dedicación y empeño es injusto recordarlo por su virtud con el piano, que ganas de mirarlo mientras tocaba entregado a las melodías cautivadoras, eso sí, sólo mirarlo.


Con las connotaciones sociales, familiares, femeninas, masculinas (¿por  qué no?), y las obvias prescindibles religiosas... podremos escribir y debatir el tema ampliamente, lo que espero no sea eternamente...

martes, 3 de mayo de 2011

No hay nada que celebrar.

No hay nada que celebrar.

Osama en el mar, ajá... pienso en las razones (no religiosas) para ocultar un cuerpo tan buscado: no es mostrable (por etc.. de cosas) o no hay cuerpo. (¿Escondido-farol?)
El "presidente del mundo" (Barack Obama) decide invade, actúa y luego nos da explicaciones para tontos, no nos subestime señor, un poco de respeto.

Acusarme de pesimista sería justo, pero no dejo de preguntarme:
¿Qué celebran en EEUU? algo que no está probado y que tal vez (no lo deseo ni en mi peor pesadilla) podría traer consecuencias sangrientas.

Algo más que el cuerpo de nos esconde este señor.
Por mi parte sólo desear que no se descubra lo oculto con más desgracias y violencia (represalias), porque siempre termina pagando el pueblo inocente de alguna nación.
No hay nada que celebrar.

lunes, 25 de abril de 2011

Una ida y vuelta.

Me preocupaba que la distancia física, impuesta, me alejara H.
T, con un carácter distinto, comunicativa, animosa y enérgica. (alegría latina diría yo) compartíamos la vocación profesional, nos acompañaría a lo largo del tiempo la admiración, el aliento, los consejos, y algún sacramento católico en el que coludidas, participamos.
H, sin embargo, especialmente reservada, irreverente y con ese punto de inteligencia ligada a la astucia sería una presencia poco contínua, o lo que yo temía, una prolongada ausencia. 

Una buena mañana, (no puedo negar que enrarecida) descubrimos que mis verdades, las que eran ya públicas a través de redes sociales (y que H y T manejaban antes y mejor que yo) resultaban siendo coincidencias de las más indescifrables para la sociedad Limeña.
Una llamada telefónica de tres horas...nos dijimos todo lo necesario. Ya no fueron 10 años de distancia y 13 horas de vuelo Madrid-Lima, estábamos más cerca que nunca.
Nos entendimos con el buen cariño que reservamos a los seres que amamos, profundamente. 
Compartiríamos también las inevitables mentes obtusas que nos rodean, con amor y con sus procesos de "entiendo-no-acepto-sí".

Empezó  entonces para suerte mía una prometedora relación fraternal, cercana, intensa, pero sobretodo mi relación favorita, de complicidad.