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martes, 11 de octubre de 2011

MI CITA VERDE.

Miraflores, Lima-Perú. Una tarde otoñal.

Es otoño y el cielo de Lima se ensaña en ser más gris de lo habitual. La cercanía del mar se anuncia en mi nariz prominente y, sin dejar de disfrutarlo, respiro la excesiva humedad costera. La niebla reposa con una danza leve sobre la acera ocultando los árboles y arbustos añosos, sabios de presenciar historias.
Camino hacia el parque de los encuentros, entre cafeterías, restaurantes, librerías, salas de casino despiadadas, heladerías y comercios varios en las calles miraflorinas, el parque Kennedy es un punto de referencia común para acordar una salida, una cita, una reunión. Veo un  cuadro que se repite diariamente: personas con cuellos flexibles y alargados de buscar entre el barullo una cara conocida, los últimos años también buscan caras desconocidas con quienes acuerdan primeras citas express y on line.
Como los peruanos no perdemos la costumbre de llegar un rato después de lo acordado me gusta pensar perversamente que nadie sabe en realidad a qué hora se encontrará con su cita y luego el cuadro termina siendo un baile heterogéneo de cuellos contorsionistas, miradas mal disimuladas, caras que se observan, se olisquean y examinan para ver si eres tú, la persona esperada.

Veo desde lejos en el centro del parque a un conocido hombre que pasa los sesenta años, de cabello verde encendido y gafas prominentes. Congrega a la gente llamando la atención a voz en cuello, vende libros que dice haber escrito y yo, que tiendo a creer poco de lo que se dice, observo de reojo sus pelos verdes intensos y sigo andando. Recuerdo vagamente su historia, en otra década fue titular de prensa y escándalo popular. El hombre de pelo verde en el pasado fue un psicólogo reconocido que estuvo en la cárcel por asesinar a uno de sus pacientes. Las razones según alegó él mismo: terminar con el mal de su paciente ya que no soportaba la confesión y detallada descripción en consulta de los crímenes que el paciente psicópata cometió y confesó en las sesiones con su psicólogo (probablemente psicópata también) y que se convertiría poco después en su verdugo confeso. -Sino puedo salvar la mente me quedaré con el cuerpo-pensó el hombre de pelo verde. Lo veo y no puedo dejar de hacerlo porque veo en él al intelectual, al psicólogo, al asesino y finalmente sólo veo al loco que quedó vendiendo libros.

Llego al parque Kennedy. Rodeo parcialmente un círculo imaginario donde el hombre de pelo verde es el centro, lo miro por su historia, por sus extravagantes movimientos y actitudes pero sobretodo lo miro por ser tan verde.

Siento un viento frío y rasposo en las manos y el rostro, quiero un café pero sé que si tomo dos durante esta tarde el insomnio se apoderará de mi cuerpo durante la noche, así que decido esperarte para el café, un café aromático y sensual, contigo. La terrazas otoñales seducen en la acera, avanzo entre mesas divididas por los colores de sus manteles según el establecimiento al que pertenecen, entre amarillos, azules y tonos cremas veo turistas de idiomas reconocibles pagar precios descabellados por un par de tostadas, parejas en las bancas frías de cemento cuyas piernas pertenecen a un solo cuerpo mientras se besan entregados a una falsa intimidad, perros fieles jugando liberados de ataduras, libros pirateados con maestría, un compañero de trabajo de mi padre con una señora que sospecho es su secretaria, pero que en todo caso no es su mujer. Siento más frío aún, miro el reloj y noto que debí encontrarte hace más de veinte minutos, me vuelvo una persona en el centro del parque Kennedy que alarga y contornea el cuello buscándote, olisqueo, miro hacia todos lados pero no te encuentro, miro a la derecha y camino rápido hacia la izquierda. Error. Choco con el hombre de pelo verde y lo derribo impíamente. Me disculpo, él se carcajea desproporcionadamente, como todo lo que hace, recojo la mayor cantidad de papeles y libritos que han caído al derribarlo, me disculpo nuevamente y camino con cuidado hacia la esquina acordada, el hombre de pelo verde me sigue y me habla, en realidad habla solo y me sigue a la vez cuando a pocos metros te reconozco, más atractiva y elegante que la última vez, veo tu sonrisa inicial deformándose en una mueca, extrañada miras a una persona que camina rápido, torpe e improvisada, con papeles y libros desordenados, con el cabello revuelto del viento costero y sobretodo miras al hombre de pelo verde que me acompaña  y que reconoces fácilmente. Tú, inteligente y divertida recuperas la sonrisa con picardía esta vez, desestimas el café y pasadas las 2am pagas la cuenta de los tres después de varias cervezas y un té. Tú siempre tan lista, encajando situaciones inesperadas, y yo hasta el día de hoy pensando en porqué no le pregunté la razón de su verde cabellera.