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sábado, 13 de agosto de 2011

Olvido fugitivo, recuerdo impertinente.

Tenemos tantas formas de morir, yo en una época elegí morir por ti.

Lima, hace muchos años.

Semejante a tu retrato incrustado en la pared, así te imagino aún, así te recuerdo. Tatuando en el salón los besos que a veces son míos, entre paredes claras y ventanales abiertos de cortinas recogidas, flameantes y caóticas por el viento fresco de septiembre, aún así el salón es una visión borrosa por el humo de dos fumadoras en un jueves cualquiera. Sobre la mesa de centro de cristal oscuro dos vasos con zumo de melocotón pretendiendo disimular nuestra noche de alcohol. Seguimos riendo tontamente como se hace a las 3am. y nos servimos un shot de vodka puro, amargo, más bien dos.
Estás acostumbrada a dormir luego de beber de mi, reposada, con un pijama de algondón gris. Respirando tranquila y al compás de las horas te quedas dormida en mi cama. Pero esa noche me pediste antes de dormir, me exigiste: no me sueltes nunca. Yo te abracé a mi pecho, y pasé el resto de la noche sin conciliar el sueño hasta ver amanecer por la ventana de la habitación, con el eco de tu voz resonando y rebotando circular, con la clara sensación de que con esa petición te perdía. Cuando llega el amanecer las plantas del jardín desprenden sus aromas de colores verdes y alguna rosa pastel saluda orgullosa, con la cabeza en alto.
Te encuentro distante y ya no intento descifrarte, como esa mañana, sólo espero que vuelvas a mirarme con ternura. Tu dureza dobla mis días, pero esa noche te llevaste todas las anteriores, tu rostro empapado de miedo me mató... y nada más. No tuve más explicación, sólo salí corriendo antes de sentir sangrar mis oídos con tus palabras, o peor aún, tu silencio.
Me mataste aquella noche y pasé a ser sombra. Un fantasma impío, de sangre densa y gris.
Entonces decidí seguir tus pasos lejanos, intento pasar a tu lado, acelerar y dejarte atrás pero siempre te adelantas a mi andar y vuelvo a ser la espectadora de tu espalda caprichosa, de tu itinerario errante.

Pasados los años vuelves encanto, cada cierto tiempo lo haces, vuelves a prenderte de mi, a hacerme feliz y a caminar conmigo sin dejar de parecer mi propia piel. En unos días volverá tu rostro pintado de dudas y silencios. Me dirás "adiós" como al cartero y yo me iré con todas las cartas que te he escrito en estos escasos días de amor.
¿Por qué vuelves hoy a verme morir?, trato de separarte del dolor, pero lo arrastras a mi como una visión húmeda, de risas, de lágrimas, de besos y despedidas. Y yo me quedo una vez más sin saber vivir, con las preguntas incisivas ¿qué futuro se asoma si todo está encerrado en ti? .Sigo caminando por las calles llenas de niebla, alrededor de tu edificio y mirando de reojo la ventana por la que nunca te asomas, casi nunca estás en casa y la larga avenida me obliga a girar el cuello de forma extrema para no despegar la vista de tu ventana, por si al perder la paciencia te asomas y yo me lo pierdo. No apareces en años y yo sigo caminando, sin rumbo alguno, el cielo de Lima gris ha bajado a posarse en el suelo, ahora veo en grises y no colores, sin ti.
Tus demenciales encantos inundan mis razones, enciendo otro cigarrillo como si eso me diera más claridad pero te sigo pensando etérea como el alba, aún así capaz de inspirarme un profundo dolor.
Llegaste a dormirme del mundo, y la vida seguía sin mi, todos lo notaron, anotaron mis ausencias.
No hay lugar donde no te encuentre, y ya no intento soñar. Asumo tristemente que vas a seguirme en cada pliegue, cada piel que pueda besar, en cada una de sus respiraciones y en sus lágrimas por mi te encuentro, impertinente y risueña.
Esta mañana quieres matarme una vez más pero algo de ti no puede seguir viviendo hoy. Desperté.
La idea de dejarte una vez más duele y teme, otra vez...así sea una necesaria desición para volver a vivir.
Esta muerte no es más que mi camino hacia ti, yo no lo he notado y vuelvo galante a la vida, orgullosa de olvidarte. Amo y me dejo amar, trato de no imaginarte, recorro largos caminos, cruzo fronteras y te llevo de ciudad en ciudad sin sentir el peso, inocente.

Al pasar de los años vuelves encanto,  anuncias pasos vencidos, arañas mi puerta...
y yo, autodestructiva, natural,
una vez más... te dejo pasar.

6 comentarios:

  1. Veo que estás merodeando pasajes lóbregos, es paradoja que resulte tan placentero recorrerlos para el lector.

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  2. ¿Por qué será Ferrán que reconocemos el placer dentro del camino del recuerdo doloroso? ¿por qué tenemos esa condición maso-destructiva?, será por demostrar lo ave fénix en que nos convertimos al expulsarlo... i don´t know.
    Escríbeme, sueles ser una buena noticia.

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  3. Gracias, tu última frase es un bello halago. Nunca he sabido por qué nos da placer aquello que nos lo causa, pero si sé que ventilar demonios es muy saludable, y si en la aireación nos sentimos un poco creadores (o mucho, la modestia era por mí) el goce crece.

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  4. Me gusta cómo escribes y cómo relatas lo que, supongo, será un recuerdo, una vivencia lejana, Lo que nos hace sufir, lo que hemos amado hasta llegar a padecer, suele ser una fuente de inspiración. Siempre es más fácil hablar de lo que hemos entido, de lo que sentimos en estos momentos que inventar aquello que no conocemos. Sigue escribiendo, es un placer leerte.

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  5. Por ahí dicen que en el dolor (y en el recuerdo del mismo) se encuentra cierto placer... dicho placer nos esclaviza, al punto de llevarnos a retroceder, paso a paso, en esa vía dolorosa que creímos superada... Tu relato no puede ser más actual, en estos momentos, para mí.

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