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miércoles, 20 de julio de 2011

Diarios de Bicicleta.

Arturo, 12años. Lima-Perú.

Magdalena del Mar es un distrito afortunado, o afortunados son sus habitantes y visitantes esporádicos. Las corrientes de viento fresco anuncian la cercanía costera. Los parques han encontrado lugares extensos y rincones entrañables para sus generosos árboles antiguos, de raíces profundas que dan forma a estupendos respaldos sobre una alfombra de césped mullida, que por si fuera poco, regalan una templada sombra.
Las casas, en la mayoría construcciones antiguas y encantadoras de 1 a 3 plantas están dispuestas en calles que suelen desprender una tranquilidad que es de agradecer.
Es un distrito con las características necesarias para los buenos recuerdos. Un buen lugar para vivir.

Se insinuaba el verano Limeño en Magdalena a través de las cornetas de helados Donofrio en sus carretillas amarillas, con dibujado sol sonriente custodiando la caja helada llena de tesoros infantiles y el correspondiente heladero sudando sin parar entre el pedaleo y la corneta, esperando alguna señal para acercarse (siempre pensé que ser heladero está muy mal valorado: es esforzado, seguro que no ganas nada bien y encima tienes que contener las ganas de comerte los helados que llevas... todo eso junto no puede ser bueno).

Las vacaciones escolares han llegado. Arturo, que vive en un distrito menos cálido y alejado de la costa, ha convencido a su padre para lograr un día perfecto. Su padre lo llevaría a él y a su nueva bicicleta a la casa de una amiga en Magdalena, y así pedalear toda la tarde al lado de la rubia del colegio más parecida a una Barbie, aunque nunca se preguntó qué tan parecido era él a Ken.

Ya dispuestos todos, porque finalmente barbie invitó a sus amigas no tan rubias también a la tarde de bicicletas, (como podrán suponer, la tarde iba siendo menos perfecta), finalmente partieron.
Esta libertad vespertina estaba limitada a un gran parque frente a la casa de Barbie, como era lógico, por los 12 años que tenían y desde donde su madre (también muy rubia) lograra verlos desde la ventana.

Al partir para dar la primera vuelta al elíptico parque Barbie y compañía gritaban a Arturo que las siga y se de prisa. Arturo no había partido aún. Arturo no sabía montar en bicicleta.

Su bicicleta nueva era la primera sin ruedas pequeñas en la parte posterior, pero creía en su instinto. Aprovechando que Barbie y compañía se encontraban sorteando una curva con poca visibilidad hacia el punto de partida (gracias nuevamente a los frondosos árboles de Magdalena) se dio propulsión con el brazo derecho desde una rugosa pared e inció la aventura del equilibrio inestable, serpenteó un rato sintiendo la inminente caída pero salvó el momento imprimiendo velocidad, pedaleando más fuerte y finalmente tomó el control.
Su instinto no falló. Alcanzó y superó a Barbie, hizo bromas y las dejó algo atrás con una impostada seguridad y sonrisa de ganador.

La tarde perfecta parecía volver a su cauce. Fue entonces cuando el sol dándole directo a los ojos no le dejó distinguir al intrépido conductor de una bicicleta de montaña, más alta y más veloz que cualquiera de las que había visto. Un muchacho de unos 14 años, alto, atlético, veloz, sonriente, bien vestido y rubio.
Por supuesto era guapo. Por supuesto, era Ken.

El buen instinto se pierde cuando la pasión nos desborda. Fue la pasión quién incitó a Arturo a seguirle, perseguirle, intentar alcazarle y hacerlo morder el polvo de sus ruedas. Ken debía quedar atrás.
Era arriesgado pero no tuvo opción cuando vio a Ken dar una curva a velocidad con los brazos cruzados y el volante mágicamente guiado por los espíritus de Mattel.

La voluntad es una fuerza que, incentivada por una mujer (a cualquier edad) te lleva a donde nunca pensaste.
Arturo lo intentó como un atleta de olimpiadas, ya dominaba la elíptica y las velocidades, ahora tocaba ir por la medalla de oro. No es esta la típica historia de: "muchacho del montón no puede superar a Ken". Arturo lo alcanzó y ciertamente lo dejó atrás, cegado por su pasión traicionera y haciendo más ejercicio que en todas las clases acumuladas de educación física, con mucho esfuerzo, sudor y orgullo.

Ya había dejado bastante atrás a Ken y decidió girar la cabeza para sonreirle a su enemigo declarado, a dedicarle un gesto burlón y arrogante, la estocada final de ganador, cuando la mal calculada distancia hacia la pared (la que inicialmente le sirvió para tomar impulso) le cobró peaje. Se estrelló contra ella arrastrando su brazo derecho sin poder evitarlo por la rugosa pared (porque sí, era rugosa y mucho), se iba dejando la piel literalmente mientras iba cayendo de forma acrobáticamente dramática entre matorrales, acera, pared rugosa y caras de Barbie sin reacción, ya que se habían detenido todas a conversar y conocer a Ken. El guapo Ken.

Cuatro puntos en el brazo derecho, una capa de pintura a la bicicleta nueva, las plantas del parque con el tiempo recuperaron su forma. Casi todo tenía solución. Nadie se enteró que Arturo aprendió a montar en bicicleta aquella tarde y el verano siguió su curso.

Dos meses después, en  Magdalena, Ken besó por primera vez a Barbie mientras tomaban un helado Donofrio. Arturo los vió desde su bicicleta, pero no se cayó.

Arturo hizo uso de su bicicleta hasta pasados los 22 años, recorriendo largas distancias, también practicó ciclismo de montaña un par de años.
Su primera novia fue la menos rubia de las amigas de Barbie, 2 años después.

2 comentarios:

  1. Es curioso cómo se puede VER una historia. Se ve muy bonita, de verdad. Y me recuerdan ciertos nombres, ciertas situaciones, ciertos estereotipos.

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  2. Gracias! que bueno que te gustó la descripción, sin conocer físicamente el lugar me alegra que algo de su encanto se pueda quedar a través de la historia.

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