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miércoles, 7 de septiembre de 2011

U.C.I. Interruptus.

Lima, Perú. Hospital de las Fuerzas Armadas-2008.

Dos meses antes de que Chechu naciera sabíamos que venía con problemas.
Los controles del embarazo evidenciaron trastornos en el feto. Tratamos de desprendernos de la piel de médicos, esquivar tecnicismos y explicarle a su madre que no podría tener una vida "normal", sobretodo al nacer (probablemente no tendría una vida normal nunca, pero evitamos sentenciar fatalidades). Su madre, Gisella, una mujer de veintiocho años de edad  tenía ya dos hijas de diez y ocho años a quienes dejaba con su abuela materna mientras ella acudía a los controles prenatales, sola. Una mujer joven que nos parecía tranquila más que valiente, se había resignado con la nobleza del poco entendimiento. Su marido, un policía mediocre y ausente como compañero, no había aparecido en el hospital hasta el día del nacimiento de su primer hijo varón.
Una cesárea veloz y el equipo de neonatología recibió a un Chechu flácido que, sin llanto, había sido reanimado e intubado por su pobre función respiratoria. Ingresó directamente a la U.C.I pediátrica, sección neonatología.
Pasaron los meses y aunque poco creció, luchaba aferrándose a la vida sin aparatos, pero no lo lograba. Varias neumonías después y con algo más de peso Chechu cumplió la edad adecuada para pasar a la U.C.I pediátrica, sección infantil.
Evidenciamos problemas entre sus padres una tarde que pasamos a revisar la evolución de los pacientes. El padre uniformado, poseído por los celos y con ojos desorbitados le indicaba a su mujer imperativamente que no terminarían la relación. No y punto. La madre de Chechu aguantaba el llanto y trataba de calmar a su marido a quien repetía "no puedo más, no hay otro, es sólo que ya no puedo más contigo".

El día que Chechu salió de la U.C.I. el servicio parecía una fiesta. Llenamos la sala de globos, compramos una tarta y aunque su primer cumpleaños ya había pasado, lo celebramos en grande. Chechu, liberado de tubos y agujas que penetraran su piel, sonreía más que nunca, pasando entre brazos de sus médicos, enfermeras y familiares. Su padre no se presentó esa mañana. Esa tarde notamos con claridad que también éramos su familia.
Cuando llegó la tarde nos fuimos a casa, nos despedimos de los niños de la sala. A Chechu lo besamos todos con emoción, era nuestro Chechu. Se quedó con su madre. La madre del niño de la cama contigua a la de Chechu charlaba con Gisella sobre la escena protagonizada por su marido, por lo visto era habitual, muy mala racha, paciencia, le aconsejaba, pero Gisella sólo respondió: "tengo miedo". Entrada ya la noche el padre de Chechu apareció sorprendiendo a Gisella, le dijo un escueto e imperativo "vamos". Gisella se levantó serena de la silla, besó a su hijo y se despidió de la vecina de cama. Antes de salir de la sala giró la cabeza, y con un gesto grave volvió a mirar a la vecina, bajando la mirada de inmediato salió de la sala.

La mañana siguiente no encontramos a Chechu en su cama. Había vuelto a U.C.I por una descompensación, propia de su enfermedad. Lo habíamos visto mucho peor, y pensamos con optimismo que saldría de esta también. Fue entonces que leímos los titulares de la prensa: "Policía mata a su mujer y luego se suicida en su domicilio". La sangre dejó de circular por mis venas. No teníamos ciencia ni explicación para ese titular.

Los días siguientes su abuela materna, nos explicaba que si Chechu saliera del hospital ella no podría cuidarlo, ya tenía demasiado con las dos niñas y su humilde presupuesto combinaban mal con su cansada edad. Empezamos a barajar opciones de adopción, un amigo pediátra estaba no sólo de acuerdo sino ilusionado con adoptarlo, meses atrás Gisella lo había elegido como padrino de Chechu, bautizo que por supuesto llevamos a cabo en la U.C.I.
Meses después nuestro hijo en común ya tenía condiciones de ir a casa, a la que fuera, pero no necesitaba estar más en el hospital. La adopción era un proceso lento y las siguientes semanas el hospital lo acogería, como desde su nacimiento, pero Chechu se contagió de una infección hospitalaria y volvió a la U.C.I. para no salir. Su sonrisa se apagó frente a una vida que le había negado aquellas cosas que por ser comunes no valoramos.
El vivió en la U.C.I. toda su vida, corta e interrumpida. Yo aprendí a vivir con un trozo menos de corazón.






A Chechu, por su lucha y su sonrisa. Por su actual paz.

A una de sus pediatras, que se dejó el corazón con su paciente, por compartir conmigo su historia y su dolor, que lamentablemente en este caso no son ficción.

13 comentarios:

  1. Madre mía, Sandra, qué emotivo. Casi me haces llorar.

    Una historia completamente enternecedora y, desgraciadamente, trágica.

    Entiendo que es algo que marca muy hondo en el corazón. Entre otras, yo no podría ser médico por cosas como esta. No podría ver sufrir a mis pacientes... y menos de esa manera. Por eso admiro muchísimo la labor que hacéis y el corage con el que os enfrentáis día a día.

    Chechu ha tenido una familia, su madre y vosotros, y seguro que el tiempo que le tuvisteis fue feliz a vuestro lado.

    Por último y aparte de tan emotiva historia, tengo que decirte que me gusta mucho la sensibilidad con la que escribes.


    ¡Muchos besos!

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  2. Pobre Chechu! Y pobres otros nenes que tienen q llegar a un circulo de ignorancia sobre todo de hombres q se llenan la boca criticando y hablando mal de otros pero en realidad los malditos y mediocres son ellos !! Machistas inseguros!

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  3. recuerdo el caso....uno de tantos que con tanto amor y solidaridad viviste ...mientras viva no dejare de dar gracias a Dios por el valioso ser que eres y como te das a tu projimo

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  4. Veo que la inminencia del otoño ha sembrado grises en tus recuerdos, o tal vez no, pero es excelente que traigas a la luz de tu blog una historia así, es imprescindible para no perder las referencias sobre lo esencial y lo accesorio.
    Me gusta el tono en que lo narras, es sentido pero con sentido.
    Un saludo, celebro el regreso desde la mudez

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  5. Sandra, si quieres un buen gazpacho, como dices tú, consistente y fuerte, apúntate este:
    4 rueditas de un pan beguette de dos días.
    1/2 pepino.
    1 diente de ajo.
    1 pimiento rojo.
    1/2 pimiento verde.
    1/2 aguacate.
    1 huevo duro.
    1 cebolleta.
    4 tomates grandes de salsa.
    Pones el pan en un bol, sólo la miga, y lo cubres con 1/2 vasito de vinagre.
    El resto de cosas,bien troceadas,en el triturador y luego le añades el pan empapado con el vinagre, una cucharada de aceite y dos vasos de agua fria y a triturar. Una vez terminado lo pasas por un colador para evitar cualquier semilla. Lo guardas en uno o dos recipientes y a la nevera. Delicioso.
    Si no cabe todo en el triturador de una vez, haces dos partes proporcionales con todos los ingredientes y lo haces de dos veces. Un beso,
    jose

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  6. Una historia triste, que se repite con demasiada frecuencia. Los que trabajáis en el mundo de la sanidad quizás os llegáis a acostumbrar, y seguramente las historias que tienen un final feliz (que supongo deben ser la mayoría) compensan los malos momentos de las historias como esta. Yo no se si podría acostumbrarme. Un abrazo Sandra.

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  7. Gracias a vos. Thank you for everything.

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  8. Ferrán! lo que me ha costado después de las vacaciones retomar el hábito, que bueno que están ahí, miren que dudé en la historia, por lo real y el drama, pero los anónimos dolores merecen un pequeño homenaje, gracias a ustedes.

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  9. Impresionante historia, Sandra. me ha dejado los pelos de punta. No solo por lo bien escrita que está... sino porque es real como la vida misma. Hasta que los hombres de Latinoamérica (no quiero generalizar, pero hay muchos así) no tomen conciencia de su condición de padres y esposos responsables ese continente seguirá lastrado por un mal endémico. Hay demasiadas mujeres valientes, abnegadas, que callan y otorgan en demasía, juiciosas y sufridas, pero no es suficiente para sacar adelante a una sociedad civil. Hombres como ese sobran en Perú, en España, en México... en demasiados sitios. Una pena.

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  10. Así es Paco, fue un episodio que preferiría fuera ficción. Es impresionante el sufrimiento que genera el machismo y la violencia en nuestros países, como el pan de cada día, penoso. Creo que existen tantas víctimas silenciosas que algún pequeño reconocimiento les debemos. Un abrazo.

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  11. dios mio que historia mas triste, m llna de mucha colea al mismo tiempo, de como una persona puede sentirse dueña de la vida de los demas, y acaba con ella ocmo si tuviera algun poder, estoy casi segura de que si ese bb hubiera tenido a su mama cerca de el , todavia entaria entre nosotros....

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  12. Me encantó tu post... Cosas que son tan terribles como reales.

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