El horizonte se pierde en el desierto que contemplo, a demasiados grados de temperatura para ser real. La luz del sol me ataca ferozmente y mis párpados defensores se cierran dejando el paso justo para no quedar en la oscuridad. Pienso que estoy en medio de una jugada mental, una alucinación cuando entre destellos veo a un joven de elegancia impostada que camina entre la arena, ladeando sus caderas señoriales en pleno desierto, con traje y corbata. Caderas que llaman la atención al recordar la silueta de una señora más que la de un caballero.Vestido de traje aparenta la elegancia de un vendedor de enciclopedias, casa por casa. Lo observo con curiosa desconfianza. En nuestro desierto no hay más personas, sólo terreno estéril y es entonces cuando de espaldas a mi rompe a gritar palabras que no logro entender. Grita a la nada, a la inmensidad del desierto, grita como un loco. Afino un poco el oído, intento escucharlo sin que me vea y me acerco sigilosamente, él reclama a gritos el trono de algún reino perdido, o al menos eso me parece escuchar. Este hombre es atemporal, desubicado y desterrado probablemente. Grita como un niño enrabietado y con tonos imperativos exige se le devuelvan los títulos de nobleza no de uno, sino de dos reinos. Ahora estoy confusa, no sé exactamente lo que desea recuperar.
Lo sigo despacio, de lejos para que no note mi presencia y días después de tormentas arenosas y refugios improvisados entramos en un sendero que va poblándose de verdes y marrones otoñales alentadores, no moriremos en el desierto. Escucho grillos y bichos varios en la noche, no los veo pero sé que están ahí, con sus cantares y tareas de insectos metódicos. Luego de cuatro horas de camino llegamos a una ciudad elevada en el monte cuya muralla de piedra sólida custodia la ciudadela perdida. El hombre se detiene ante la impenetrable puerta de madera, sólida y elevada. En la ciudadela los pobaldores parecen dormir, sólo escucho los gritos del hombre y el ruidillo de los insectos. Sus palabras destilan desesperación, reflejan el cobarde que es realmente, aunque bravucón, persiste en sus reclamos. Se acerca por el sendero un forastero de mediana estatura, al observarlo me sonríe levemente y se me acerca con tranquilidad. Yo, que no lo percibo peligroso me dispongo a oirlo con atención. Se me acerca en la poca claridad que la luna nos puede regalar y me susurra al oído dulcemente:
-De palabra envenenada y de egoísmo ilimitado exige que le abran las puertas, el loco le llamamos, el que nunca tuvo nada que ofrecer y en sus delirios cree ser un príncipe desterrado, vuelve con el mismo cantar incesante cada mes y medio. Cuentan los ancianos que fue juzgado por destruir ilusiones, por mentir impíamente y terminar con la vida de dos mujeres y tres niños...desde entonces sólo nos libramos de su presencia cuando le encaramos el pasado. Su pasado de niño sin padre.-
Asalta mi mente entonces el guión de la película "El espinazo del diablo" y me tomo la licencia de gritarle:
-" Qué soledad, la del príncipe sin reino, la del hombre sin calor. "- y pienso que en su caso la soledad es una elección, la consecuencia de un cúmulo de daños gratuitos. -No hay nada que reclamar.-
El hombre de traje ensombrece hasta casi desaparecer frente a la puerta, diminuto y gris, convertido en grillo...ruidoso pero insignificante a los ojos de los hombres, vencido acaso por la verdad.
"¿Qué es un fantasma?
Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor quizás, algo muerto que parece por momentos vivo aún, un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar. Un fantasma, eso soy yo."
Extracto de :"El espinazo del diablo" dirigida por Guillermo del Toro y producida por El Deseo.
Esta entrada, directa, intrusiva y endiablada es para ti, por ese ruido molesto del grillo fantasma que no merece puertas abiertas. Por la complicidad que mantiene los corazones intactos.
Porque en el corazón no hay grillo que valga.